José Antonio Palao.
Profesor del Dpto. de Ciencias de la Comunicación
de la Universitat Jaume I de Castelló.
Veo rabia, veo odio, veo rentabilización política, veo sarcasmo, veo sospechas, veo críticas veo instrumentalizaciones –algunas más miserables que otras… Pero veo poco dolor (en todo caso, empatía con él que no es lo mismo que dolor propio). Veo solidaridad y veo indiferencia. Veo supervivencia, veo el aturdimiento del día a día, veo los “hay que pasar página”, veo prisa porque el ritual atrape al recuerdo, veo prisa por cerrar el duelo y olvidar. Pero es cierto: prácticamente no he visto miedo. Habría que pensar si los del ISIS saben con quién se están metiendo, a quién están atacando.
¿Cuántas cancelaciones de viajes, reservas de hoteles o alquileres de pisos se han producido? Una sociedad de solos no puede sentir miedo. El miedo es la reacción lógica por la ausencia de los iguales, que podría protegernos. Nosotros no tenemos eso, por eso Occidente no tiene miedo. Y ello es peligroso. Miedo no me da. Pero sí intuición intelectual del peligro. Los “anfitriones” de Westworld, la gran metáfora del terror y del turismo -los dos ítems de la agenda que han puesto a Barcelona en el ojo del huracán todo el verano- que ha parido la HBO, no tienen miedo de los huéspedes. Los odian cuando los matan, lo olvidan en cuanto llega el día siguiente. Tienen que seguir trabajando. Su trabajo es hacer como que viven.
Gran metáfora, digo. No hay turismofobia, en Westworld, ni miedo al extraño. No dejé de pensar en ello desde que surgió el tema este verano. Un parque temático, cuyos anfitriones habitan un mundo sin historia y ofrecen su cuerpo, psique y existencia en constante holocausto para goce exclusivo de los huéspedes. No tienen memoria. Por eso, tampoco tienen miedo. Odiar, sí pueden. Pero su odio no tiene nada que ver con la realidad de ningún hecho, aunque les exploten, les roben, les maten continuamente. Odian porque les han implantado falsas narrativas a partir de las cuales el turista pueda customizar al máximo su experiencia. Es el sueño de cualquier turoperador: la gentrificación sin exterior. El problema es que una experiencia customizada deja de ser una experiencia para pasar a ser un simple rito neurótico, esto es, un automatismo implementado con el fin de preservarse de lo real….
A su vez, cuando los lugareños odian, no pueden evitar tampoco hacerlo en tanto ciudadanos locales que han sido desplazados de su lugar de privilegio como clientes postfordistas por el flujo turístico y la gentrificación. Por eso somos todos turistas y turismofóbicos. La clase media es el hombre nuevo: frustrado como productor destruye y sobrevive; reciclado como consumidor, goza y, ahora, también muere. No tiene miedo.
Hace unos años escribí este poema, precisamente, en un momento en el que intentaba dar un paso más en la travesía de mi fantasma y hacerme amigo de mi soledad. Es decir, hacer de la soledad experiencia y no simple rito misántropo del neurótico:
MIEDO
Cómo te añoro a veces, miedo.
Con tu escozor de relámpago escondido.
Miedo que nos acerca tanto al mundo: alimento para el lobo, pasto para la brutalidad]
del desconocido,
amor al abrigo del hermano.
Miedo, salvífica emoción del solitario.
Hoy me resuena de un modo completamente distinto. Es lo que tienen los poemas, que no son esclavos de la referencia, el significado o el autor. Tienen vida propia. Cosa que no sé si es exagerado decir de los adocenados, alienados e impávidos ciudadanos de la Europa Occidental. No tenemos miedo. Es un eslogan que hemos oído repetidas veces esta semana. Lo que no tengo claro es si se debe a que somos valientes o a que somos androides. No pude haber miedo si no hay fraternidad, porque sin fraternidad nada es extraño. Lo es todo. No tenemos miedo. Que el mercado no se pare.
Os dejo esta joya de la puesta en escena serial del Siglo XXI. Pinta negro. Cualquier parecido con cualquier realidad es mera coincidencia.