Uno tiene la suerte de compartir su devenir cotidiano con unos pocos escogidos que hacen de cada día un poco más soportable de entre la vorágine de barbaridades, malas praxis por defecto y tragos amargos porque sí que últimamente decoran la ineludible realidad. Ni siquiera sería justo adjudicarse el mérito de haber realizado uno, al menos conscientemente, tal alineación titular. Creo, sin temor a equivocarme, que ha sido a veces la vida, otras el trabajo, algunas -contadas- ocasiones el buen hacer propio y/o ajeno y otras, las más, simplemente la empatía quienes, poco a poco, han ido modificando mi entorno hasta conformar lo que, creo, es una fantástica y heterogénea colección de amigos / conocidos / compañeros de viaje que enriquecen el resultado de lo que uno hace, dice, escribe, diseña… A pesar de que, como el dicho, llegue alguien y joda el día, con lo bonito que estaba. Pero esto, últimamente, ya no hay hijo de vecino que sea capaz de hacerlo. Los días ya son bastante jodidos de serie.
Uno tiene la suerte de compartir su devenir cotidiano con unos pocos escogidos que hacen de cada día un poco más soportable
Hoy era uno de esos días. Y hoy he podido encontrar en una sola frase el auténtico poder de esa empatía.
Me fui anoche a dormir con el ‘run run’ del bofetón que Europa nos ha dado a los españoles de bien con la doctrina Parot, intentando imaginar las caras de hijos y esposas de al menos 25 militares y guardias civiles al ver a la asesina de sus respectivos deudos en la calle gracias al abogado que ha podido pagar el dinero de la extorsión mafiosa de ETA; asqueado, elucubrando con las caras de los padres de aquellas tres niñas de Alcácer al ver en la calle a Miguel Ricart, quien se cebó junto a su amigo Anglés con sus hijas, dejado en mantillas la crueldad nazi en los campos de exterminio.
Mi amanecer tampoco era de lo más halagüeño: una cartita más del banco, de ésas que a uno le amargan el día, llegaba a mis manos. Qué más. Al acercar a mis hijos al colegio, observo el improvisado lecho en el que, al aire libre, ha pasado la noche un mendigo, ex trabajador de algo sin duda, a tenor de la chaqueta de traje, asomando la etiqueta de Ives Sant Laurent, que en días pasados conoció mejores glorias. ¿A dónde nos dirijimos? Me gustaría ver al ministro Montoro diciéndole a este señor que el año que viene es el de la recuperación. Por otro lado, uno no puede sino mirar, furtivamente, al pobre hombre que de la noche a la mañana se ha encontrado durmiendo al raso y se descubre pensando: “¿Es ése el futuro que me espera, que les espera a mis hijos?”
Uno no puede sino mirar, furtivamente, al pobre hombre que de la noche a la mañana se ha encontrado durmiendo al raso
Y llego a la redacción. Enciendo el ordenador, mi cara todavía rezuma desazón, desgana, hartazgo… Y de repente llega mi querido amigo argentino/valenciano (y viceversa) y suelta la frase del día: “Hasta ahora he sido rico en amigos; ahora ya toca hacer ricos a mis amigos”. Y escrito así, sin ese acento tan de fan de River, tan de Buenos Aires, no cobra el sentido que mi cerebro ha escogido hoy tomar tal alegato. “Cambia tú el estado de las cosas, no esperes que se cambien solas, porque no lo van a hacer”… El mensaje ha llegado. Hoy, mi querido amigo Jimmy Entraigües, a menudo maestro de la palabra y, con más frecuencia de lo habitual, buen compañero de cervezas y mejor aún de conversación, me ha dado en el clavo. Toca mover pieza -que no ficha-.
Toca mover pieza -que no ficha-