Recientemente he tenido el placer y la satisfacción -por favor, no confundir con cierto regio saludo ‘en días tan señalados’- de departir con dos de las figuras quizás más emblemáticas del Arte valenciano, Arte con mayúsculas -obsérvese la diferencia- justo un día después de asistir a un esperpento al que los oficialistas llamaban ‘perfomance’ en un descarado ejercicio de la más osada y vergonzosa ignorancia cultural.
Quizás mi paso por la Facultad de Bellas Artes precisamente en los últimos estertores de los 80 y amanecer de los 90 tenga algo que ver. Conviví, aprendí y disfruté con los Enric Alfons, Rafael Calduch, Willy Ramos, José Tomás, Rafael Contreras, Carmen Grau, José María Yturralde… y tantos otros inolvidables maestros que con generosidad insertaron en mis venas el oficio artístico… Llegué a conocer al entrañable y erudito don Bernabé, el último discípulo vivo de Joaquín Sorolla, que a sus noventa y pico primaveras andaba abocetando sus tablillas por los pasillos, la cafetería y alguna que otra aula de la primera Facultad de Bellas Artes que vio la Universidad Politécnica, un auténtico monstruo arquitectónico que nació conservatorio finlandés y que la cultureta socialista de los Lerma, Císcar y compañía, nos encajó para sufrimiento y pavor de, precisamente, el sector más estilista del marco universitario: el artístico. Gracias a Dios, aquel esperpento de edificio pasó a mejor vida y fue sustituido por un inteligentísima y sostenibilísima nueva sede de l’Art Valencià… y miren ustedes, ahora hay otra Císcar ejerciendo en esto del tema artístico en Valencia.
Pero mi exposición de pareceres no tiene a doña Consuelo como protagonista, al menos no directamente. Viene más bien a cuento de lo poco o nada que ha cambiado el panorama o mercado, el ambiente o corrillo del arte de la ‘Nostra terra’. Ya por aquella época se veía tan claro como el agua el imperio del arte oficial que denostaba de una manera descarada a todo aquello que no hubiera sido producido por una cohorte de amigos -tuvieran o no el menor atisbo de coherencia, de criterio, de discurso- que, allá donde andares, dominaban el paisaje galerístico, concursístico y hasta urbanístico -aún recuerdo con rubor los concursos para los proyectos de decoración algunas estaciones de metro en nuestra ciudad-. 20 años después, los otorgadores de favor, difusión y premio han cambiado, pero la cohorte de marras viene siendo más o menos la misma. Un buen y entrañable amigo llama a estos los ‘flotadores’ porque, venga quien venga al asunto del mandato político y social, siempre están arriba, flotando sobre las almas, para relucir al sol.
Pero algo sí que ha cambiado, y desgraciadamente para peor. Hemos olvidado el amor por el Arte. Las galerías no existen, no al menos como antes. Las inauguraciones se han convertido en meras reuniones de amiguetes, y cada vez son menos. El público ya no acude a la galería de arte ni poniendo ‘canapeses’, sino que se queda en casa con el ‘aipad‘, el ‘aifon‘ y el ‘aiquemeduermo‘… La atmósfera que respiraba uno al entrar, ojos y manos ávidas de intelectualidad, en las angostas calles del Barrio del Carmen, o el de la Seu, Ruzafa… aquel aire que te permitía presenciar una ‘performance‘ o una instalación en plena calle -de las de verdad, de las comprometidas y talentosas, porque para hacer el capullo, con dos cubatas es suficiente- eso, desgraciadamente, ha desaparecido.
El artificio, la parálisis física a la que nos ata la tecnología mal entendida y esteesnobismoestilo ‘pepé‘ que sustituye a aquella ‘cultureta‘llegando a extremos que avergüenzan al más pintado, nos ha robado la capacidad de la emoción, la sensibilidad… el Arte. En su lugar, el arte oficialista, la famosa cohorte o corrillo de pelotas nos lleva a una pantomima, un escorzo forzado que no hay quien se lo crea… Y he vivido muchos ‘Entierros de la sardina’, mucho ‘land art’, mucho arte conceptual año tras año, en la antigua Facultad de Bellas Artes como para poder acreditar mi afirmación.
Ahora nos inunda el ‘márquetin‘ y el ‘dospuntocero‘; nos hemos abandonado a la cultura del mercado que nos lleva y nos trae por caminos cada vez más deshumanizados, más alienantes, más ‘idiotizantes’. Y por el camino nos estamos dejando a genios, sí, auténticos genios a los que, a poco que escuchemos, identificaremos como el corazón que ha movido la capacidad intelectual y cultural de nuestra sociedad, tirando del carro más desagradecido del camino. Y se nos están acabando los héroes sin darles el espacio que merecen para que, en un último gesto generoso, nos regalen su hálito de sensibilidad, de magia, de Arte.
Concluyo con una frase que alguien me dijo una vez: Cuando el arte deje de ser capaz de conmover al hombre, habrá muerto el Arte y, con él, el propio hombre como conciencia.