Celia Dubal
periodista
Llevaba días expectante. Lo reconozco, me había emocionado. Había visto todas y cada una de las pildoritas de misterio que Évole y su equipo habían ido lanzando durante la semana para que el domingo solo tuviéramos en mente una cosa: Operación Palace. Dejé lo que estaba haciendo a medias –eso explica el cubo de fregar en mitad de una habitación- y me senté en el sillón no sin antes discutir con mi querido compañero la conveniencia de ver la historia de Jordi Évole sobre el 23F por encima de la entrevista de su amado Risto Mejide a su poco valorado ex presidente José Luis Rodríguez Zapatero. Hecho. Todo preparado pero, en los primeros minutos, empiezo a intuir el final. Cuestión a la que contribuyó mi madre advirtiéndome unos días antes de que tuviera cuidado no fuera que al final todo fuera un sueño de Resines.
Me esforcé durante medio programa, más o menos, para que me convencieran las cuestiones verosímiles por encima de los numerosos despropósitos que evidenciaban, bastante a las claras, que aquello no podía ser cierto. Después, me dejé llevar y me divertí muchísimo. La explicación de por qué Fraga comenzó a gritar y quiso salir de allí solo porque no había comido me pareció hasta entrañable.
Poco después, se acabó el programa, se desveló el misterio y se inició el debate al que ahora me sumo haciendo una defensa de Jordi Évole y de su equipo por apostar por la innovación en el discurso televisivo. Ahora me he enterado de que este género se llamaba mockumentary aunque lo del falso documental no es nuevo y, como producto destinado al entretenimiento, debe tener cabida en un medio como es la televisión.
Me cuenta mi compañero de columna José Antonio Garzón que hubo un programa en TVE, ahora de culto, pionero en este género. Un programa que constó de trece episodios en los que se ofrecía con forma de riguroso documental una historia ficticia. Trató temas como la muerte de Federico García Lorca o la existencia de un militar que podría haber acabado con Franco antes del Golpe de Estado. Ficciones que nunca se presentaron como tal y que el programa Páginas ocultas de la historiaemitió, en La 2 de TVE, durante trece entregas en 1999.
Un programa, por cierto, olvidado entre los analistas que desde el lunes han elaborado listas de falsos documentales similares a Operación Palace emitidos en otros países. ‘Páginas ocultas de la historia’, como el documental de Évole, también contaba con elementos escogidos para dar mayor credibilidad y rigurosidad. No en vano, estaba presentado por el veterano y consagrado Felipe Mellizo que contribuyó a generar esa sensación de verosimilitud en la audiencia.
Y es que la televisión es un medio de comunicación pero no exclusivamente de información como pueden ser (aunque cada vez menos) los periódicos tanto en papel como digitales donde lo que se publica está, en teoría, regido por un estricto código deontológico que tiene como base la honradez, la imparcialidad y la vocación de servicio público.
Volviendo a la realidad, Operación Palace no pretendía ser una pieza informativa, evidentemente, pero tampoco fingirlo de una manera seria, por decirlo de algún modo. Repasando las promociones cobra sentido aquello de Operación Palace, una historia de Jordi Évole o por qué el propio periodista insistió una y otra vez en que no era un Salvados.
Aunque no es mi intención defender el programa, ya se encargan sus creadores, sí me ha llamado la atención, entre todas las dobleces que tiene este debate provocado por el falso documental, la demostración de cómo el espectador (lector, radioyente o internauta) ve lo que quiere ver. Las ideas preconcebidas nos influyen de tal manera que de un heterogéneo conjunto nos hace eliminar aquello que no refuerza nuestra opinión y ver tan sólo lo que sigue la línea de nuestro pensamiento.
Mientras veía el programa pensaba en todas aquellas personas creyentes de la teoría de que el Rey estaba detrás del Golpe y todo fue orquestado para reforzar su, entonces, frágil figura. Me los imaginaba sonriendo de medio lado y hasta me pareció oír algún “¡Lo sabía!” eufórico. Quizá sean esas personas las más ofendidas al descubrir que todo era una ficción, quizá las más son aquellas que pasaron tanto miedo el 23 de febrero de 1981 que creen que Operación Palace frivolizó con algo ‘demasiado fresco’ aún, quizá no era el día ni el momento para experimentar pero, si sirve de algo, estoy de acuerdo en que -y creo que es innegable- la controversia y el debate enriquecen al más pintado. Debatan, amigos, que hablar, al menos de momento, sigue siendo gratis.