Jesús Peris Llorca
Profesor de Literatura
De entre las fallas que ardieron el último San José, posiblemente la más divertida era la falla Na Jordana, “Tirant lo Banc”, firmada por Ortifus y Latorre y Sanz. Era tremendamente ingeniosa y visual. La gente se reía simplemente viéndola desde lejos. No había que explicar demasiado los chistes. Eran evidentes con un simple golpe de vista. El humor verbal de Ortifus, unido a la expresión ensimismada, inocente y socarrona de sus dibujos, llevados a las tres dimensiones con maestría por unos expertos, habilidosos y perfeccionistas artistas falleros, resultaba hilarante.
Pero además, la falla unía juegos de palabras inocentes, con otros que eran implacables y oportunos comentarios sociales: “Banc de Cadència”, por ejemplo. O “Arriba Banco”, por ejemplo. O “Banka, roba i punt”, por ejemplo. O ese simpático trilero situado en los bajos de la falla, en el interior del banco, haciendo juegos de manos timadores con latas de “olivas”… Fallas como esta recuperan el verdadero sentido original de la fiesta: el comentario social (y político), irreverente y agudo, desde la carnavalesca cultura popular.
Sin embargo (por ello), hete aquí que la falla fue maltratada por los premios otorgados por el jurado de Junta Central Fallera, organismo dependiente del Ayuntamiento de Valencia. Y no sólo porque le dio un premio de sección irrelevante, de los de la cola, sino porque ni siquiera le otorgó el “Premio de Ingenio y Gracia”. A los sesudos peritos en ingenio y en gracia del jurado, otra falla les hizo mucha más gracia. Me los imagino riendo a carcajadas a los pies del otro monumento… Y eso me hace reír a mí.
Es evidente a estas alturas que los premios a las fallas son un mecanismo de control: contribuyen a fijar una ortodoxia estética y penalizan la transgresión y la innovación. Y ya se sabe que no hay estética sin ética, con lo cual el control es al fin y al cabo ideológico. Una falla de Sección Especial con los planteamientos que tenía esta no podía aspirar a grandes premios oficiales. Así funcionan las cosas. Y así han funcionado mucho en Valencia.
Una falla de Sección Especial con los planteamientos que tenía esta no podía aspirar a grandes premios oficiales. Así funcionan las cosas. Y así han funcionado mucho en Valencia
Sin embargo, hay algo especialmente desfachatado en que la falla de Ortifus no ganara el primer premio de Ingenio y Gracia. Creo que el poder tiene demasiada confianza en su capacidad de decretar valores, es decir, en su capacidad de decidir por la gente lo que es bueno y lo que es malo, lo que tiene gracia y lo que no… En el fondo hay algo ingenuo y anacrónico en esa soberbia de pensar que si ellos dicen que la falla no es graciosa, automáticamente queda claro que la falla no es graciosa. El poder gestiona la realidad, lo que queda establecido como la realidad. Y le gusta pensar que es omnipotente. Y eso no es sólo un asunto fallero, es algo estructural: si el poder dice, por ejemplo, que inmigrantes nadan en actitud violenta, pues automáticamente confía en que ese absurdo queda avalado como existente, obvio e incontestable. O si decreta que estamos saliendo de la crisis, inmediatamente las víctimas de los recortes nos ponemos a atar a los perros con longanizas imaginarias.
Sin embargo, lo cierto es que la gente no se lo cree. Y que la gente seguía acudiendo a rodar la falla Na Jordana, convocados por el boca a oreja, redes sociales incluidas, a reírse, y a sentirse identificados con las cosas que decía, y con el tono y el momento en que las decía. Tirant lo banc. Un gran chiste. Una gran demanda social, en realidad.
Me gusta pensar que las cosas están cambiando. Y que el poder ya no tiene la capacidad de pensar por nosotros. Y que, por ello, si Junta Central Fallera trata de deslegitimar una falla graciosa y satírica negándole sus premios, lo que queda deslegitimado son sus premios.
Me gusta pensar que las cosas están cambiando. Y que el poder ya no tiene la capacidad de pensar por nosotros.
Y en lo pequeño, como en lo grande. Porque al fin y al cabo las cosas grandes surgen de la suma de las cosas pequeñas, y de las pequeñas reflexiones cotidianas. Por eso, me gusta pensar también que las calumnias y las mentiras del poder, es sólo al poder arbitrario a quien deslegitiman. Y que si la democracia nace de la capacidad de la opinión pública de pensar por su cuenta, ahora es cuando hemos empezado a construirla de verdad.