Jesús Peris Llorca
Profesor de Literatura
Este fin de semana de San Vicente lo he pasado en la Catalunya Central visitando a nuestros primos hermanos. Y no, no es que tenga familia por allí (aunque la tuve). Lo que sí tengo son buenos amigos. Con dos de ellos estuvimos comiendo en Igualada el domingo. Y las horas se nos deslizaron sin darnos cuenta, hablando del mundo y de la vida. Por la mañana habíamos visto teatro de calle y un encuentro de castellers. “En Valencia, a esto mismo lo llamamos Moixeranga“, comenté enseguida. Era una mañana hermosa de abril.
Lo de los primos hermanos es por aquello de “valencians i catalans, cosins germans”… Y es que un valenciano que no esté demasiado intoxicado por viejas batallitas de campanario se siente allí como en casa. Y además, si es valencianoparlante puede tener la experiencia tan extraña en la ciudad de Valencia de vivir íntegramente en su lengua. Porque sí, es así: obviamente nos entienden y nos entendemos, porque el Ebro (y la infame N340) separan muchas cosas, pero no la lengua. Allí, parafraseando a Josep Pla, dices “Bon dia”, y te contestan “Bon dia”… Incluso cantan “Bon dia” si quien te responde es el veterano grupo de rock Els Pets, al que por cierto tuvimos ocasión de escuchar en el Teatro Kursaal de Manresa, como en los viejos tiempos, como en los Tirant de Rock en la Plaza de Toros de Valencia.
Estando en un bar de Manresa recibimos la noticia de la muerte de Tito Vilanova. Y nos impresionó. Tenía sólo tres años más que yo… Realmente este fin de semana no se hablaba de otra cosa: una sociedad impactada por haber recibido de pronto desde el mundo del glamour y el paradigma de la salud, desde el deporte, el espacio imaginario de los triunfadores, el recuerdo del dolor, de la banalidad de todo.
Después llego a casa y me entero de que Gerard Piqué ha recibido insultos en twitter por publicar un mensaje de condolencia en catalán. En su lengua. En la lengua común en la que los dos hablaban entre sí. Supongo que a eso se refería Mariano Rajoy cuando decía que estimaba a Catalunya como algo propio: como territorio conquistado al que el nacionalismo español obliga a preterir su lengua, a reducirla al ámbito de lo privado. Ese nacionalismo español que percibe como una anomalía las otras lenguas que no son el castellano. Recuerdo los insultos que también recibió Shakira cuando grabó una versión del viejo tema de Sau “Boig per tu”. “Que Shakira saque un disco con una canción en catalán me demuestra que esta tia es imbecil”, decía uno de ellos.
(Por cierto, a los Sau también pude verlos en un Tirant de Rock. Aún vivía Carles Sabater. Eso pasó en el centro de la ciudad de Valencia. No lo he soñado. Aunque hace mucho tiempo. Existía Canal 9. Aunque no sacó imágenes del concierto)
Hoy, me entero de que en todas las vacaciones de Pascua, la Conselleria de Educación de la Generalitat Valenciana no ha hecho absolutamente nada para garantizar la seguridad de los niños del Colegio Cervantes, de la ciudad de Valencia, que sufre periódicos desprendimientos de fragmentos del techo de las aulas desde 2012, el último el pasado 15 de abril. Es la misma Conselleria tan extremadamente diligente en el cierre de líneas en valenciano, aun con el curso comenzado. Destruir se le da mejor que reparar.
O España aprende a asumir su condición plurinacional (y plurilingüe) o no será. Y a veces dudo de que estemos aún a tiempo de construirla. Ha habido demasiado populismo de parte de los mismos que deberían haber hecho pedagogía. Como en tantas cosas, la Transición parece haber sido una oportunidad perdida en la definitiva construcción de una España federal y plurinacional, en que nadie perciba la identidad del otro como una amenaza, en que nadie se considere con derecho a minorizar la identidad de nadie, a sentir que la suya es la versión definitiva de la españolidad que debe ser impuesta a golpe de decreto, por las buenas o por las malas.
En Catalunya vi a nuestros primos hermanos ilusionados, con un proyecto que los moviliza y les hace soñar con un futuro mejor. Como Joan Maragall hace más de cien años, perciben España como un peso muerto, como una rémora, que les esquilma y les desprecia. Y anécdotas como la de Piqué, como la de Shakira, les dan la razón una y otra vez. No hay nada que hacer. No hay lugar en España para ellos, porque España no les hace lugar, porque ha construido su nacionalismo contra ellos. Y por eso quieren irse. Y nosotros, sus primos, al otro lado del Ebro, de la N340, sin trenes rápidos ni corredores mediterráneos, ni nada que nos una a Barcelona y por lo tanto a Europa, alegremente, eso sí, unidos a la capital del reino con AVEs y autovías, por aeropuertos sin aviones y por bankias, no podremos irnos con ellos.
Por eso, en realidad, deseo que Catalunya no se independice. No porque no tengan derecho -que lo tienen si lo desean-, sino porque nos dejan solos. Con el gobierno de Fabra y su piqueta. Con Wert y con Rajoy y con Gallardón y con Fernández Díaz. Con los periodistas que no ven más allá de la Castellana. Con el Rey cazador de elefantes y sus cortesanos. Con los caciques.