Director de Valencia Noticias.
En una semana donde se celebra el Día Internacional de la Mujer Trabajadora me viene a la memoria la guionista y escritora Aida Bortnik. Falleció en abril de 2013, hace cuatro años, y su figura se me presenta como una de las mujeres más importantes que conocí en el terreno de la escritura cinematográfica.
Fue cuando Juan José Campanella me llamó para trabajar en la creación de la serie ‘Vientos de agua’. Junto a Aida, que operaba como supervisora de guiones, formábamos el equipo de escritores Juan Pablo Domenech y Áurea Martínez. Campanella daba el okey, o sugería las correcciones de las secuencias, una vez superada la estricta lectura de Bortnik y desde allí avanzábamos hasta un nuevo punto.
En tres meses debíamos tener preparado dos guiones de setenta minutos y once sinopsis argumentales para el ciclo de trece capítulos que conformaban la serie.
Desde el segundo día de mi llegada a Buenos Aires nos pusimos manos a la obra. Sabía, por amigos y conocidos, lo severa y estricta que era Aida en el trabajo sobre los guiones. Salí de Valencia con varios deberes cumplidos: estudiar a fondo el movimiento minero de la Asturias del 34’ y todo lo que rodeaba al pensamiento anarquista que allí se daba.
Bortnik era afable en el trato, y su cultura enciclopédica, pero dura e inflexible en cuanto los textos pasaban por su mirada. Confieso que, pese a mi admiración a su carrera y conocer toda su obra cinematográfica, me gustaba más charlar con ella en los momentos previos al trabajo que someterme a su pose de directora de escuela que llama a un niño a su despacho.
Esos diez o quince minutos que pasábamos reunidos en el comedor de su casa, frente a un café o un té antes de iniciar una jornada maratoniana de creación y revisión, servían para hablar de su amado Chejov, su amistad con Gregory Peck, su visión de la tensión dramática de una película o un libro o…, su paso de exiliada por Madrid en 1975.
Aquellas charlas y el diario trabajo de escritura también sirvieron para descubrir que ambos teníamos opiniones diferentes en la construcción del relato. Aida tenía un olfato detectivesco para saber si un diálogo era fluido o una secuencia se mostraba débil u ortopédica en su estructura. Su experiencia y talento daba con una solución o fórmula perfecta para que el guión avanzara pero…, creo que caí en un enunciado ya utilizado: el clasicismo narrativo y visual. No cabe duda de la efectividad del principio pero trasladado al lenguaje televisivo podría suponer una carga en el desarrollo de la serie. Lanzada mi propuesta de una concepción más rítmica, la relación con Bortnik fue menos rica en lo personal.
Aun así, varias secuencias creadas por mí aceptaron su visto bueno tanto en el primer como en segundo capítulo y me sentí feliz cuando, al ver la serie en su estreno, encontré diálogos y secuencias surgidas de mis pocas horas de sueño durante aquellos días.
Con Aida aprendí que no vale la pena hacer un diálogo y rehacerlo o retocarlo. Si el diálogo no funciona es preferible eliminarlo y partir de cero. Si hay que escribirlo 1.000 veces para que funcione, se hace. Aprendí que una secuencia no es la sucesión de otra sino que es la línea natural y lógica a la que la precede y que portando será el ensamble justo de la que sigue.
Con Aida tuve interesantes charlas y vivas discusiones pero todo sirvió como un excelente aprendizaje junto a un enorme profesional que dejó películas tan memorables como ‘La tregua’, ‘La historia oficial’ o ‘Caballos salvajes’. En esta semana recuerdo a una mujer que dio notable repercusión al cine argentino y me llenó de saberes nuevos. Gracias Aida. Hoy también es tu día.