José Luis Barrera
Consiliario de la Junta Parroquial de Hermandades y Cofradías del Cabanyal-Valencia. Párroco de la Iglesia de Nuestra Señora de los Ángeles.
Creo que hay algo en nuestros queridos obispos y en los curas que les aísla de la realidad, como si una campana de cristal les protegiera y defendiera de la intemperie.
Hace pocas semanas, dos obispos, el de Valladolid y el de Tarragona, han hecho declaraciones sobre el matrimonio civil y los homosexuales, de las que después se han tenido que explicar o desdecir.
En ciertos casos, no quieren hacer funcionar de verdad lo que se llama religiosidad popular. Protestan y tuercen el gesto ante manifestaciones dudosas en procesiones y fiestas y luego ellos presiden y bendicen lo que por delante se les ponga. Como viven en sus palacios, todo debe decirse: muchos de ellos, desvencijados, o en sus curias, o en sus casa abadías o en sus sacristías, ni se tratan o ni conocen de verdad a la gente corriente, que no se casa por la iglesia o que no va a misa, o que no bautiza a sus hijos. No viven en la calle, no hablan de tú a tú con la gente porque cuando hablan con ella, ésta se viste de corbata.
No se preguntan por qué hay ya muchísimas más bodas civiles que religiosas, por qué la deserción de tanta gente buena de la Iglesia. ¿Será el clima de inmoralidad y decadencia que reina en occidente? Si hay que buscar causas (¡cuidado!, no culpables), ¿por qué se buscan siempre fuera de la Iglesia?
Critico a los curas (moi meme) pero sobre todo a nuestros señores obispos porque siguen encerrados en su caparazón protector de la intemperie, como tortugas (así vamos de lentos).
Entre los puestos en solfa estaba el obispo de Valladolid Ricardo Blázquez que es prudente cual paloma y bueno como el pan. Tiene razón y estúpido el periodista (malo) que registró el “off the record”.
No me desdigo de lo escrito, pero sí matizo: pienso en el derecho que un cura, un obispo o un fraile tiene de saber quién va decir un discurso y cuál va a ser éste (por mucho contenido cultural que se cargue) si se pronuncia en el pulpito de su templo, de su catedral o de su convento. Y si no, que se haga tal pregón en el paraninfo de la Universidad.