Director de Valencia Noticias.
Wolf es un viejo cazador sueco. A sus setenta y dos años mantiene un pulso firme y una puntería certera cuando un reno se pone a tiro.
Sigue los rituales que heredó de su abuelo y de su padre y en medio siglo jamás volvió sin una buena pieza de carne. Una vez al año se desplaza hasta una gran zona boscosa junto al lago de Rottnen. Allí le espera su amigo Viktor con un equipo básico de acampada para tres intensos días de caza.
Junto al lago preparan la logística para dar con un gran animal. No se conforman con joven macho líder de la manada. No sería justo romper el equilibrio entre el grupo de animales. No. Hay que dar caza al rey depuesto, al macho que dejó su gobierno por un joven más fuerte y habilidoso que él. Ése es el trofeo, un reno musculoso, fuerte y noble que se vio doblegado por una fuerza y voluntad superior. Solo un punto más de juventud.
Wolf y Viktor preparan las tiendas. Ambos revisan sus rifles con todo detalle. Ambos comprueban que en las mochilas están las herramientas, los víveres, los utensilios, los medicamentos y las ropas que necesitarán para dos crudas noches en el bosque. Del Rottnen obtienen pescado y antes de asarlo agradecen al lago el don de la comida. Cortan la cabeza del pez y la arrojan al agua. Otros animales se alimentarán de ella y la Señora de las Aguas volverá a ser atenta con ellos. Cenan junto a un gran fuego. El cielo les ofrece un infinito decorado de estrellas y la naturaleza dos grados bajo cero. El camino para la caza comenzará a las seis de la mañana.
El amanecer es gris y el café y el chocolate y dos sándwiches de bacon mejoran la sensación térmica. Atravesar el bosque en dirección a Åna será largo y peligroso. Durante la noche oyeron lejanos aullidos de lobos y no hay que perder ni un gramo de energía y fuerza.
Los cazadores emprenden la marcha. El paisaje se ofrece como una tétrica fotografía en blanco y negro. El bosque es una imagen espectral. Los árboles soportan tristes cargas de nieves como el escenario navideño de un lugar imposible. El camino es solo una invención con destino entre pasillos de robustos troncos y un colchón de nieve. Wolf encabeza la marcha. Los cazadores avanzan despacio pero atentos a todo lo que les rodea. También en la nada se esconden sorpresas. Cerca del mediodía descansan. Viktor descubre pisadas de oso, son recientes y se dirigen al lago. Los cazadores deciden seguir hasta un pequeño claro que les permitirá ver cualquier peligro a cuarenta pasos alrededor. Toman café y tabletas energéticas.
El breve sol del día amenaza con desparecer en pocas horas y la marcha debe seguir. Al cabo de una larga caminata y bajo una luz moribunda encuentran las señales. Un grupo de renos pasó por allí hace pocas horas, quizás alejándose del oso. Es hora de descansar. Mañana habrá cacería. Viktor prepara las tiendas y Wolf va en busca de leña. Con un hacha pequeña, el viejo cazador pide permiso a un joven pino para mutilarlo. Le habla y lo toca y con hábiles golpes lo derriba. Le pide al gnome del lugar que haga crecer otro árbol fuerte y generoso con el bosque. Al calor de las llamas los hombres cenas alubias con patatas y se regalan media manzana. Una petaca con vino les hace lanzar risas a una noche cerrada a las seis de la tarde. Un fuego intenso en la hoguera les permitirá dormir a salvo de posibles depredadores nocturnos.
Tras un desayuno generoso los hombres vuelven a revisar sus armas. El frío ahora es intenso y nada puede fallar. Siguiendo el camino de los renos, tras horas de marcha, Wolf encuentra un promontorio rocoso donde un joven reno mordisquea un arbusto. Es demasiado joven. El macho que busca no estará lejos. Con cautela los dos cazadores rodean el peñasco. Tras él, un macho joven descansa mientras otro roza su cornamenta contra la piedra. Intenta coger el musgo de la roca. No es joven, no aleja al rival, tiene cicatrices en su cuello. Es el ex soberano, el viejo depuesto tras la lucha.
A setenta metros de distancia del animal, los dos hombres se observan y saben lo que tienen que hacer. Se separan unos metros y toman posiciones. Sus reglas dicen que solo vale un disparo. Un único y solitario disparo por tirador.
Con total tranquilidad los hombres apuntan y disparan. El viejo reno cae fulminado. Una pequeña estampida lanza a los animales a la profundidad del bosque. Dos minutos después la naturaleza vuelve a adquirir su silencio de blanco y negro.
Wolk y Viktor llegan hasta el reno muerto. Tiene un disparo en el cuello y otro en la cabeza. Los cazadores se dan la mano y comprueban la posición de los disparos. El de Wolf es el de la cabeza. Pese a la victoria del viejo cazador la pieza será repartida. Hay ganador y premio para los dos.
Con dos grandes cuchillos y una pequeña sierra trocean el animal. En bolsas herméticas reparten los beneficios de la caza. Sobre pequeños patines de carga Wolf y Viktor atan los paquetes. Cada uno arrastrará el suyo. Setenta y cinco kilos de carga por cada patín. Antes de emprender la marcha, hacen un hoyo y entierran los restos del reno abatido con semillas de bayas y hierbas del bosque. Los lobos y otras animales darán buena cuenta de la carne, también esparcirán las semillas. Tras la última palada los cazadores dan las gracias a los duendes del bosque y al espíritu del animal. Ambos saben que el bosque los observa.
Tras el ritual los amigos beben un trago de vino y emprenden el regreso. Wolf no duda en comentar: “Era un ejemplar majestuoso, no habrá sido fácil quitarle su poder. El bosque lo recordará eternamente”. Y Viktor asiente.