Eduardo Madroñal Pedraza | Contra lo que parece dictar la lógica, el 23-F es un golpe que sí triunfó. El objetivo no era el imposible golpe de Estado protagonizado por los guardias civiles de Tejero. El objetivo era la entrada de España en la OTAN, que Calvo Sotelo llevó a cabo a hurtadillas mientras el resto del país estaba todavía reponiéndose del golpe. Se sigue señalando a los actores secundarios como Tejero, pero se nos oculta el auténtico golpe de mano, aquel destinado a cercenar la política neutralista de Suárez; se redimensiona la figura del Rey… pero nadie menciona al director de orquesta.
¿Es acaso pensable que un golpe de timón a la política española sucediera sin la intervención decisiva de la superpotencia estadounidense? ¿Dónde estaban los “autores intelectuales” del 23F… en oscuros cuarteles de Madrid, o en lujosos despachos de Washington? Sin embargo, se mantiene oculto a cualquier precio la intervención norteamericana en el 23-F porque esa misma intervención sigue existiendo, actuando y marcando el rumbo de la vida política española en la actualidad. Se puede disparar contra la monarquía o la clase política. Eso está permitido. Pero no se puede señalar a Estados Unidos. Ese es el gran tabú de la política española.
“España debe fijar día y hora para su entrada en la OTAN”
Estas declaraciones de Alexander Haig, nuevo secretario de Estado, nada más tomar posesión Ronald Reagan de la presidencia norteamericana, son el acta de nacimiento del 23-F. 1979 representa el punto álgido del retroceso norteamericano. En unos pocos meses, Washington ha perdido peones vitales -Irán-, le ha estallado una revolución en su propio patio trasero -Nicaragua- y ha visto como la URSS, como nueva superpotencia, desafiaba el reparto del mundo -como la invasión de Afganistán-. Los efectos de la derrota en Vietnam, la crisis de liderazgo norteamericana, y los desastrosos resultados de la política de apaciguamiento del presidente Carter, enfrentados al creciente desafío soviético, amenazan con quebrar la misma hegemonía estadounidense.
El grueso de la clase dominante norteamericana se unifica en la necesidad de lanzar una contundente respuesta táctica que frene la sangría y contenga a la otra superpotencia, la URSS. Reagan –que lleva tiempo, sostenido por importantes círculos del complejo militar industrial, exigiendo un cambio de rumbo- será el elegido. EEUU desatará una contundente respuesta táctica para reorganizar sus fuerzas y proteger sus dominios, impulsando un rearme militar, ideológico y político.
La línea Reagan impone un límite a los aliados, no es tolerable bajo ningún concepto la neutralidad o la salida del bloque militar. La política de Suárez -que había aprovechado las condiciones internacionales para alcanzar una autonomía cada vez mayor, y que se negaba a plegarse a las exigencias norteamericanas de que España entrará inmediatamente en la OTAN- debe cortarse a cualquier precio.
Hechos como la visita de Suárez a La Habana, rompiendo el bloqueo político decretado por Washington; el recibimiento en Madrid de Yasser Arafat -calificado entonces por el Departamento de Estado norteamericano como el terrorista número uno del mundo- con honores de jefe de Estado; el envío de una delegación a la Cumbre de Países No Alineados, gesto insólito en un país con bases militares estadounidenses en su suelo; el continuo apoyo de España en la ONU a las propuestas de los países neutrales y del Tercer Mundo -lo que Suárez denominaba como una “tercera vía” frente al alineamiento incondicional con EEUU o la URSS- y el continuo relegamiento de la entrada de España en la OTAN son ya inadmisibles con la nueva política de “ley y orden” internacional que Reagan está desplegando.
No es un problema particular de España
La respuesta norteamericana tiene, como no podía ser de otra manera, a Europa Occidental como escenario principal. Washington presiona a las burguesías para reforzar su presencia militar en Europa, exigiendo su encuadramiento completo en el frente antisoviético. Aquellos que presentan problemas para encuadrarse de forma completa en la estructura militar norteamericana sufren una presión extrema: en Turquía un golpe de Estado amarra el peón clave en Asia Menor; en España una campaña de desestabilización completa, que culmina en el 23-F, quiebra la política neutralista de Suárez; en Italia, las posibilidades de que el PCI llegue al gobierno agudizan los “años de plomo”, incrementando el terrorismo de las Brigadas Rojas, o la intervención de la Red Gladio, que a través de la logia P-2 contempla incluso la posibilidad de un golpe de Estado.
Serán las apremiantes exigencias de Washington de una España dócilmente alineada en la lucha contra la otra superpotencia (lo que exige el fin inmediato de cualquier veleidad neutralista) y plenamente integrada en su sistema de alianzas militares (lo que requiere poner fecha y hora para la entrada en la OTAN) el catalizador para que todas las fuerzas políticas y de clase, abierta o encubiertamente proyanquis, tanto franquistas como democráticas, tanto de derechas como de izquierdas, tanto reaccionarias como “progresistas”, se lancen a llevar adelante los dictados norteamericanos y cercar a un Suárez que ofrece crecientes resistencias para llevarlas a cabo.
La entrada de Tejero en el Congreso será una de las ramificaciones, y no la principal, de esta operación de acoso y derribo, un auténtico golpe de timón del rumbo del país, que se puso en marcha cuando Alexander Haig exigió la entrada inmediata de España en la OTAN. Cualquiera puede acercarse a una librería y acceder a libros -desde los numerosos de Pilar Urbano hasta otros que tratan a fondo el papel de EEUU y la CIA en la transición- en los que se narra con todo lujo de detalles, datos y hechos irrefutables cómo detrás de la dimisión de Suárez y el golpe de Tejero estaba EEUU y su objetivo de meternos en la OTAN.
Operación de acoso y derribo
Se conocen de cabo a rabo los almuerzos secretos del embajador norteamericano con el general Milans del Bosch en los meses previos al golpe; están más que demostrados los múltiples contactos del jefe de la “Estación Madrid” de la CIA tanto con los golpistas como con los dirigentes políticos de los distintos partidos que crearon las condiciones necesarias de desestabilización previas al golpe; está detallado cómo los pilotos y las tropas americanas en las bases de Torrejón, Morón y Zaragoza fueron puestos en estado de máxima alerta, preparados para cualquier emergencia, sólo 24 horas antes del 23-F, etc.
Tanto el terrorismo de “extrema izquierda” (ETA, GRAPO, con más de 100 asesinatos en 1980) como el de extrema derecha (Fuerza Nueva, Batallón Vasco-español, 16 asesinatos en ese año) se recrudecen con una virulencia nunca vista ni antes ni después. Los medios de comunicación a derecha (ABC, El Alcázar, YA, etc.) e izquierda (El País, Diario 16, etc.) se lanzan a una feroz ofensiva contra Suárez, denunciando su incapacidad y exigiendo su dimisión. La jerarquía de la Iglesia se lanza con furia contra el timorato proyecto de ley del divorcio. La CEOE descalifica la política económica del gobierno al tiempo que reclama más mano dura contra trabajadores y sindicatos. La cúpula militar exige -bajo la bandera de frenar “la ruptura de la unidad de España”- tomar medidas urgentes y excepcionales para paralizar el desarrollo autonómico y para acabar “a cualquier precio y de cualquier forma” con el terrorismo. El PSOE se pone a la cabeza de la desestabilización al presentar en la primavera de 1980 una moción de censura parlamentaria, que, aun sabiendo de antemano que está perdida, sirve sin embargo para crear más inestabilidad y sensación de desgobierno.
Todo esto -y mucho más- es ampliamente conocido, está abundantemente documentado, son datos y hechos comprobados y comprobables por cualquiera mínimamente interesado en conocer la verdad. Sin embargo, para los grandes medios de comunicación de masas, aquellos que llegan a millones de personas, los que crean climas de opinión pública, orientan el pensamiento de la gente, todo esto no existe. O, mejor dicho, hay que hacer como si no existiera. Hay que taparlo, ocultarlo, negarlo dando otras explicaciones, incluso inverosímiles. En España se produjo a lo largo de 1980 un conjunto de tramas desestabilizadoras que culminaron el 23-F en un intento de golpe. Pero los grandes medios españoles siguen empeñados en contarnos una “película” sin guion ni director.
Posdata. 23-F, el Ejército estadounidense en estado de alerta. Semanas antes del 23-F, el embajador Todman solicitó a Washington el envío de un avión AWACS para controlar las comunicaciones en España, que operó desde su base en Lisboa. Cuatro días antes del 23-F, la 16 Fuerza Aérea de EEUU puso en estado de alerta todos sus dispositivos. A primeras horas del 23-F, el Strategic Air Command -sistema de control aéreo norteamericano-, a través de su estación central en Torrejón de Ardoz, anuló el Control de Emisión Radioeléctrica Española. Los pilotos y las tropas americanas en las bases de Torrejón, Morón y Zaragoza permanecieron en estado de máxima alerta, preparados para cualquier emergencia. Frente a las costas de Valencia, un significativo contingente de la VI Flota americana permaneció en situación de vigilancia.