Profesor Titular de Comunicación Audiovisual de la Universitat Jaume I de Castellón.
Comienza aquí una colaboración que espero sea periódica (al menos mensual) con los lectores de esta publicación. Parece lógico, pues, plantearse algunos objetivos. En mi caso no pueden ser más sencillos: expresión de ideas sobre el mundo que nos rodea, sus vivencias y vicisitudes, vinculando los conceptos de mirada y mundo, toda vez que ambos implican subjetividad y una fuerte carga de representación. Es claro: la verdad no existe y la realidad no puede ser capturada (ni debe).
Intentaré, a modo ejemplificador y en cierta medida liberador de abstracciones (otros dirían pedagógico), poner en relación el mundo y mi mirada sobre él con la que sostengo con los productos audiovisuales, más cercanos al lector y más susceptibles de constituirse en metáforas y/o microcosmos. En este sentido, tomemos el argumento de la película ‘Langosta’ (‘The Lobster’, Yorgos Lanthimos, 2015), quizás en exceso encumbrada por la crítica. Se trata de un film en el que los miembros de la sociedad no pueden vivir sin pareja; cuando quedan solos, son reciclados en un internamiento fruto del cual se constituirá una nueva pareja o serán convertidos en animales a elección para pasar el resto de sus días en ese caparazón; entre uno y otro mundo, queda la opción de ser solitario y, en consecuencia, perseguido por los humanos en búsqueda de su reciclaje (ganando estos así días de estancia). Es evidente que lo que la película persigue es, al margen de su vocación surrealista (muy querida por este realizador, y comprobada en sus precedentes de 2009, ‘Canino’, y 2011, ‘Alps’), servir de metáfora de los clanes sociales y su sujeción a normas que son, en casi todos los casos, falsedades. Ni sistémicos ni revolucionarios se apartan de las normas propias con que se rigen; es decir, de constructos equívocos y falaces. El cierre del proceso, que se centra en una pareja que ha encontrado el amor realmente, aboca en la ceguera de ambos, que les blinda frente al exterior.
Se preguntará el lector a qué viene todo esto. Pues bien, la situación actual de nuestro país, aparentemente ingobernable, se asemeja bastante al alegórico mundo de Lanthimos. Hay que constituir pactos entre disímiles cumpliendo la norma del mínimo denominador común: PP, PSOE y Ciudadanos coindicen en la cacareada unidad de España (las bocas se llenan tanto que escupen algo más que palabras); PP y Ciudadanos coinciden en el sistema económico liberal (y otras cosas ocultas bajo la almohada); PSOE y Podemos coinciden en el deseo de superar la emergencia social y en la recuperación del supuesto estado de bienestar que otrora tuvimos… Como en ‘Langosta’, se pueden constituir parejas, pero la base es falsa porque su semejanza se basa en una falacia. Ahora bien, el arte de la política es el de la negociación, del diálogo, de la consecución del bien común (algo que, aparentemente, a nadie le ha preocupado antes nada en absoluto). Uno se diría que en todo esto también hay algo engañoso porque la política debiera ser noble y no lo ha parecido así hasta ahora. El problema –no nos engañemos– es que cada cual ha estado gobernando para sus propios intereses de partido y de grupo social (de ahí el claro aumento de la desigualdad, gracias a las leyes a medida y a la corrupción institucionalizada).
Los emparejables de ‘Langosta’ dejan de lado su esencia y simulan parecerse a otros para poder salir bien parados de la exigencia normativa. Aquí, el PP llama al orden al PSOE y a Ciudadanos para hacer un gobierno de coalición que perpetúe el statu quo. La situación en Cataluña les ha venido al pelo para autojustificarse a todos, de un lado y de otro. Pero, ¿no hay cuestiones evidentes que parecen no ver nuestros dirigentes? ¿O bien nos encontramos ante casos colectivos “clínicamente preocupantes” (nuestro ministro de interior dixit, pese a otorgar la cruz del mérito policial a la Virgen del Pilar, algo muy normal como todo el mundo sabe)? Sin ánimo de exhaustividad, me atrevo a enumerar algunas cuestiones cuya evidencia es absoluta:
- Las elecciones son inútiles cuando un ente exterior puede condicionar sus resultados o desviar la aplicación del deseo colectivo de los españoles. Así pues, un pacto contra natura entre PP y PSOE respondería a la presión del imperio alemán (que no es otra cosa) combinado con eso que llaman “mercados financieros” y que tienen el control real (no en vano amenazan en caso de que se pacte con Podemos). Lo ocurrido en Grecia debiera alertar sobre estas cuestiones, por mucho que nos indignen.
- Los resultados electorales favorecen el bipartidismo y dan como resultado aberraciones como la infrarrepresentación de Izquierda Unida, con casi un millón de votos obtenidos, o la gran diferencia de escaños entre PSOE y Podemos cuando en número de votos solamente les separan trescientos mil.
- La repetición de las elecciones sería un fracaso y podría abocarnos de nuevo a una situación de mayorías amplias que nadie desea (la garantía del control sobre los abusos y la corrupción generalizada solamente la da la fragmentación y la necesidad de pactos). En un escenario de nuevas elecciones es muy probable que el PP ampliase su representación, en detrimento de Ciudadanos, y que Podemos sobrepasase al PSOE, sobre todo si consigue cerrar filas con Izquierda Unida, aunque, ya se sabe, las izquierdas se desunen con gran facilidad (un mal endémico que nos ataca una y otra vez, cual virus electoral).
- La negación de una consulta en Cataluña es un auténtico despropósito porque antes o después será necesaria e inevitable, ¿o es que alguien piensa que se debería llegar a los tanques? En todo esto hay que ver y señalar con toda claridad que fue el PP el que sembró el caldo de cultivo que nos ha traído hasta aquí cuando llevó al Tribunal Constitucional el Estatuto que el Parlamento había aprobado y que los catalanes habían refrendado en un referéndum plenamente legal. ¿Por qué no llevar a cabo una consulta general a todos los españoles que nos de cómo resultado lo que realmente deseamos y, por definición parcial, lo que quieren los catalanes? Todavía estamos a tiempo de un resultado propicio a la integración y no a la independencia, pero si el tiempo pasa y el PP sigue echando leña al fuego, las cosas cambiarán radicalmente y el proceso no podrá ser detenido sin violencia.
- La situación en Cataluña, con la cerrazón de Artur Mas, la dimisión de Baños y las dudas de la CUP, nos lleva a una nueva realidad enrevesada e imprevisible por la que algunos se felicitan, creyendo que se acabó el proceso independentista y ciegos ante lo que supone la frustración de una mitad de la población. La Historia pasará factura, sin duda.
Son estas cuestiones sencillas y que cualquiera puede ver. Pero, como ocurre en el film traído a colación, los protagonistas permanecen ciegos o, en el peor de los casos, se han cegado a sí mismos para no ver lo que no desean. También es verdad que a las elecciones se presenta lo que se presenta y “en el mundo de los ciegos, el tuerto es el amo”. En el film, sin embargo, nacía el amor; aquí, en los entresijos de un país que tiene difícil arreglo, impera la mediocridad, la falsedad y, mucho nos tememos, la estupidez. Si es o no lo que nos merecemos, la Historia lo dirá.