El Dr. Carlos Rodríguez Lafora (1884-1966) fue un notable ajedrecista que destacó en el juego práctico (formó parte del equipo español que acudió a la Olimpiada de Hamburgo, en 1930); además tiene un lugar de privilegio en la bibliografía especializada por haber dado, en su senectud, dos obras extraordinarias sobre el final de partida:
Finales de ajedrez (Alfiles en casillas de distinto color). Aguilera: Madrid (1964) y Dos caballos en combate. Aguilera: Madrid, 1965. Esta última obra integraba un proyecto de, al menos, tres tomos, y, con toda probabilidad, el segundo de ellos llegó a ser entregado al editor, estando hoy el manuscrito en paradero desconocido.
Probablemente, esta obra, regida ya por una mente analítica, sea el germen de sus grandes libros de finales en ajedrez
Puede resultar sorprendente, aunque no para nosotros, su dedicación en los años 40, en su etapa canaria, al juego de damas, fruto de la cual es el tratado manuscrito Los finales del juego de damas, Gran Canaria, 1941, 170 pp., que por las noticias que tengo, del especialista Govert Westerveld, se trata de un trabajo notable. Probablemente, esta obra, regida ya por una mente analítica, sea el germen de sus grandes libros de finales en ajedrez.
Aunque actualmente estamos en el proceso de recogida de datos, especialmente de los años que residió tanto en Canarias como en Valencia, en las líneas que siguen vienen unos apuntes biográficos que nos han permitido precisar algunas cuestiones que a menudo han producido equívocos.
La familia paterna tiene sus ancestros en Ceuta y Málaga; la materna en la Comunidad Valenciana
Sus padres fueron Carlos Rodríguez Alonso y Pilar Lafora y Caturla Calatayud. La familia paterna tiene sus ancestros en Ceuta y Málaga; la materna en la Comunidad Valenciana. Sus bisabuelos maternos fueron Juan Bautista Lafora y Caturla, natural de Alicante —como su madre— y Salvadora Calatayud, de Onteniente, población muy unida a la familia, donde estudiaron los hermanos Lafora el bachillerato (colegio de los frailes franciscanos) y donde algunos años veraneó la familia.
A menudo se indica que nació en Valencia el 10 de julio de 1884, pero teniendo en cuenta que para entonces la familia vivía en Madrid, donde nacería su célebre hermano, el prestigioso psiquiatra Gonzalo Rodríguez Lafora (Madrid, 25 de julio de 1886; Madrid, 27 de diciembre de 1971), la información parece dudosa. En el Archivo Histórico Nacional se conserva, sig. UNIVERSIDADES, 6090, Exp. 15, el “Expediente académico de Carlos Rodríguez Lafora, alumno de la Facultad de Ciencias de la Universidad de Central. Natural de Madrid (capital)”, que parece arrojar luz sobre el lugar de nacimiento del insigne finalista. El hecho de que ambos hermanos adoptasen el apellido materno, podría explicar, especialmente en el caso del ajedrecista, que al menos Carlos sintiese más la filiación valenciana. Existe otra razón, la prematura muerte de su padre, militar de profesión, que acaeció en Puerto Rico (llegó a ser Gobernador Militar) el 14 de abril de 1892. Carlos tiene entonces 7 años, su hermano Gonzalo, 5. La madre, viuda a los 28 años, tuvo que sacar adelante a sus cuatro hijos (tenía 2 hermanas, Isabel y Pilar).
Sus dos etapas más fecundas, primero como jugador (finales de los años veinte/primeros años treinta, donde obtuvo varias veces el campeonato regional), y luego como compositor y autor —en los últimos años de su vida—, se desarrollaron en Valencia. La fecha de su muerte también ha generado cierta discrepancia. En algunas fuentes se indica que ocurrió en Valencia el 18 de abril de 1966.
El Dr. Carlos R. Lafora (como él mismo escribía) está enterrado en el cementerio municipal de Paterna
Para nosotros ha sido crucial encontrar la tumba del venerable ajedrecista. El Dr. Carlos R. Lafora (como él mismo escribía) está enterrado en el cementerio municipal de Paterna, hecho que pudimos colegir pues residía en aquellos años en la urbanización La Cañada, perteneciente al mencionado municipio valenciano. La recuperación de varias postales, dadas a conocer en el excelente blog de Javier Asturiano, Escacultura, intercambiadas con el compositor Kasparian, confirmaban su residencia en La Cañada.
La aparición de la lápida confirma la fecha exacta de su muerte, ocurrida el 19 de abril de 1966
Personalmente tenemos una verificación testifical. Según nos confirmó el gran periodista valenciano, Rafa Marí, a su vez uno de los más grandes ajedrecistas valencianos de todos los tiempos (fue 5 veces Campeón de Valencia), meses antes de la muerte del Dr. Lafora, le visitó, en compañía de otro ajedrecista, José Ramírez, en su chalet de La Cañada. El Dr. Lafora les había preparado un café y les mostró varios finales (probablemente material de alguno de sus dos famosos libros). Rafa Marí recordó que en la casa había un azulejo donde se leía el siguiente texto: “Aquí vive un ajedrecista”. La aparición de la lápida confirma la fecha exacta de su muerte, ocurrida el 19 de abril de 1966; también sabemos con certeza que el entierro fue el 20 de abril.
En la lápida se menciona a los hijos del Dr. Lafora, etapas familiares de su vida hoy poco conocidas.
Miquel Artigas ha tenido la deferencia de facilitarnos la noticia de un ejemplar de la obra:
Finales de ajedrez (Alfiles en casillas de distinto color), que conserva en su biblioteca, y donde viene una emotiva dedicatoria autógrafa a su hijo Guillermo (“A mi querido hijo Guillermo le dedica este libro su autor con mucho cariño 8 de sept. 1964 –firma”). La fecha también acredita, hecho relevante, que el libro, sin data, se publicó en 1964.
Sirvan estos pequeños apuntes, relativos a los extremos de la vida del Dr. Lafora, para incentivar a los estudiosos y aficionados de nuestro campo a dar a conocer otros pasajes desconocidos de su vida. Una vida dedicada por completo al ajedrez, como prueba su extraordinario libro Dos Caballos en combate.
Sobrecoge la voluntad y el espíritu de un hombre de 80 años
Sobrecoge la voluntad y el espíritu de un hombre de 80 años dispuesto a agotar, científicamente, un final paradójico (el bando débil pierde, en muchos casos —que Lafora, en esfuerzo hercúleo, acota—, por tener un solitario peón frente a los dos caballos; sin el peón sería tablas) e imposible (apenas se presenta en el juego práctico). En nuestros días, cuando aparece este raro final, se aprecia la dificultad de su ejecución, y se evoca inevitablemente al trabajo del Dr. Lafora.
Quiero imaginarlo, ya mayor, en su casa de La Cañada, con un tablero casi vacío, con solo 5 piezas
Quiero imaginarlo, ya mayor, en su casa de La Cañada, con un tablero casi vacío, con solo 5 piezas, penetrando en la región más artística y científica del ajedrez.
José A. Garzón