Profesor del Departamento de Ciencias de la Comunicación de la Universitat Jaume I de Castelló.
Viendo uno tras otro los diversos programas televisivos dedicados a las elecciones, a mí lo que me preocupa realmente es observar cómo el dispositivo mediático iguala en su faz familiar y amable a todos los candidatos. En efecto, esos que llevan años robando -o encubriendo a los que roban- aparecen ahora como hombres y mujeres humanísimos. Y los que deberían haberse opuesto a ellos, construyendo un antagonismo firme y contundente, entrando al mismo trapo de la empatía humanísima y personalísima. Por eso, me ha sentado tan mal que Pablo Iglesias se avenga al teatrillo burgués, al vodevil de la campaña, como me ha sentado la pobreza de espíritu de IU/UP le haya llevado a protestar por no haber sido invitada a este aquelarre homogeneizador que lleva a la desafección por proximidad, que no por distanciamiento, que para veleidades brechtianas no está el capitalismo sentimental. Y que se esté reivindicando desde el populismo de izquierdas el uso de lo sentimental, sin hacer sobre ello una mínima proyección analítica que permita contemplar el hecho de que el sentimentalismo (la autoayuda emparejada con el pathos del melodrama) ha sido sin duda el terreno que más fértilmente ha colonizado el capitalismo postfordista, y que no es posible utilizar las emociones en política sin un trabajo paralelo de descolonización del alma romántica.
Lo sentimental no es un campo de batalla entre otros, pues. Es el germen, el “núcleo irradiador”, por utilizar una expresión cara a los hegemono-agonistas, de toda el andamiaje de la biopolítica tardo-capitalista. No se llega al campo de lo emocional y se lo conquista sin más, por la sencilla razón de que ese campo está convenientemente moldeado, para y desde una concepción neoliberal, como fábrica de subjetividades, de paradigmas emocionales estandarizados sobre el modelo del consumo y la explotación. Muy interesantes son las aportaciones al estudio de esta sentimentalidad capitalista de gente de la relevancia de Eva Illouz o de Zygmut Bauman. La autoayuda, que convierte al Yo en una mercancía disponible a través de la psicotecnología de la autoestima y del coaching, es su ejemplo más evidente. El sujeto programado, colonizado, por el capitalismo global es (y seguimos a vueltas con Kant) el que concibe no ya al otro como medio -y no como fin en sí mismo-, sino a la propia identidad como medio de dominio de cualquier atisbo ingobernable del deseo. Un sujeto tan “alienado” que se concibe a sí mismo como un mero medio, como un simple puente, hacia el ideal de sí que le han hecho forjarse. Consiguiendo el éxito no se sale jamás del neoliberalismo, porque es el éxito su valor de cambio, su máximo común divisor más efectivo: todo éxito en un entorno de mercado esclaviza al sujeto en una espiral toxicomaníaca. La sentimentalidad mercado-técnica de la cultura de masas, la poética del tatuaje como inscripción cutánea de una vida que no es mía, está concebida como una pura coartada solitaria para la pulsión de muerte. Siempre se necesita más y más. No hay nada que aleje más de una victoria libertaria que el éxito, que siempre se produce al amparo y enclaustramiento de los patrones métricos del poder establecido.
Evidentemente, el trabajo de rectificación subjetiva es insoslayable en una política emancipatoria, en un trabajo de conquista libertaria. No es una cuestión de viejos izquierdistas adeptos a perder, simplemente porque se han resistido entrar en la dinámica tóxica y totalitaria del éxito neoliberal. El problema del izquierdista tonto que decía Lacan es que confundía el combate a la alienación capitalista con una especia de hipostatización de la conciencia que sólo acababa llevándole, por la vía de la ingenua creencia en la bondad de la materia, a la más aburrida de las amarguras. Por eso muchos, celebramos la llegada de una bocanada de aire fresco, como parecía Podemos hasta hace un año.
Me recordaban en un comentario a la entrada anterior de esta serie, en efecto, que Lacan distinguía entre el derechista canalla y el izquierdista tonto. Lo que muchos hemos comprobado es que el populismo agonístico, en su implementación tecnocrática, ha conseguido hacer emerger la supuesta figura del izquierdista canalla, embriagado por la sed de éxito, de hacerse significar en el sistema numérico del capitalismo. Pero aún está por ver que ese aumento del número de canallas haya significado una mínima disminución del número de tontos, porque ser las dos cosas a la vez no es en absoluto imposible, aunque pueda parecer paradójico. Sigue habiendo tontos enfermos de moralismo, de eticismo paralizador, como toda la vida. Ahora hay tontos drogados con la amoralidad estratégica. Ya veremos. No sé por qué, pero no puedo dejar de imaginarme a algún joven irradiador nuclear como un juguete roto de aquí unos años. Precisamente, por haber creído que había dejado de ser tonto, por haberse permitido ser canalla. De momento, lo que tenemos es un tributo pagado a la trivialidad sentimentaloide más empalagosa, –cuñadismo, lo llaman algunos- porque eso da votos. Y los votos son algo muy fálico, es decir, muy en la dialéctica de la castración, por usar un término freudiano: si entras en ese juego, siempre estarás más más angustiado por la posibilidad de perderlos, que entusiasmado por la de ganarlos.
Ésa es la deriva en la que ha entrado la izquierda de este país, liderada por su fuerza principal, Podemos. Pablo Iglesias dijo que un secretario general le ganaba las elecciones a Rajoy y tres no. Quién le iba a decir que al final lo que hay son tres secretarios generales dispuestos a ganárselas a él. Y no se le ocurre otra estrategia de combate que mimetizarse con ellos en el espectáculo electoral, de programa en programa, de crónica rosa en crónica rosa, de recepción constitucionalista en recepción constitucionalista, obsesionado por la idea de ser considerado el cuarto as del póker. Pero es que no es un póker, hombre, son unas tristes dobles parejas. Dos de izquierdas, dos de derechas. Haber cedido a la tentación de ser un canalla (usar los medios de la derecha supuestamente para combatir a la casta) le ha llevado al triste destino de la mímesis. Y nos ha arrastrado a muchos con él, porque la doble pareja diestra nos augura un futuro muy siniestro, y algo habrá que hacer para pararlos. Desde luego, tontos no hay menos que había.
Cierro con una cita del psicoanalista Jacques Lacan:
“Bien, entonces es totalmente admisible que en un cierto nivel el psicoanalista haga semblante, como si el estuviera ahí para que las cosas marchen en el plano de lo sexual. La dificultad es que él termina por creerlo, y entonces esto lo fija, completamente. Es decir, para llamar a las cosas por su nombre, deviene imbécil.”
Me permito considerarla extensible a las otras dos profesiones imposibles, la de gobernar y la de educar. Como estas dos últimas son más conocidas socialmente que la de psicoanalista, creo que nadie me negará que un maestro y un político, cuando más imbéciles más canallas. Pues eso es lo que pasa también con los psicoanalistas. (Aquí, la entrega anterior de la serie, donde puede leerse el comentario del que hablo).