Juan Ferrer
Economista
La reelección hace unos días de Giorgio Napolitano como Presidente de la República Italiana, sirve de alegoría de la situación de la Unión Europea.
Después del fracaso de las elecciones italianas y su clase política, puesto de manifiesto por la imposibilidad de formar gobierno después de 54 días, alguien decidió transformar el escenario y representar otra opereta, en este caso la elección del Presidente de la República.
Las primeras justificaciones venían de la mano de la imposibilidad, por norma, de que el Presidente convocara nuevas elecciones en no se que periodo final de su mandato. Así que hábiles como nadie, los congresistas italianos decidieron que la forma de desbloquear el impasse de no poder elegir jefe de gobierno, era tirar el balón al otro lado y tratar de elegir, antes de hora, Presidente de la República, sobre la argucia de que el nuevo podría, al inicio de su mandato, disolver las Cámaras y convocar elecciones. Como si el problema de Italia fuera un asunto de plazos reglamentarios de difícil cumplimiento.
Tras cinco votaciones frustradas y liquidados los finales de carrera de algunos políticos, los diputados y senadores italianos, junto a los representantes de las regiones decidieron dar un paso atrás, en lugar de adelante, y resolvieron que si el futuro no pasaba por ellos, mejor echar anclas en el pasado.
Napolitano parece como Roncalli, un presidente/papa de transición. Alguien que tiene 87 años difícilmente puede llegar a finalizar un mandato que le ubica en los 94. Puede que esa sea la razón de la enorme sonrisa, entre sus aplausos, del propio Berlusconi, que tanto ha llamado o la atención del columnista de El País, como desde luego llamó la mía.
Bepe Grillo y sus cinco estrellas (vaya apodo para algo que quiere ser incómodo) han fracasado doblemente. Están aprisionados en sus propias contradicciones. No aceptan un resultado en una partida en la que han participado y han perdido. Eso es de talante poco democrático. No se puede dar una patada al tablero cuando no ganas, además es poco maduro.
Las contradicciones del Cinco Estrellas no son muy diferentes de las del Lerrouxismo español en los 30. La actuales tecnologías le revisten de dignidad futurista.
Lo grave es que ante los ojos de una población que quiere acerrojar el pasado y tirar adelante, la solución sea reintroducir al artífice del Gobierno Monti, con unas capacidades, biológicamente, comprometidas.
Napolitano no fue capaz de hacer cumplir los compromisos pasados entre las partes, y de ahí su duro, aunque educado, discurso cuando se le comunicó su reelección, tras haber aceptado ser postulante. En el actual escenario parece mas difícil que sus “termini” sean mejor atendidos que los anteriores.
En mi opinión, Italia no gana tiempo, sino que lo pierde, y peor que nada es que lo pierde en beneficio de Berlusconi. Estaba tan abajo, que cualquier avance es un éxito, al contario del resto. Bepe Grillo tendrá que explicar por qué deja escapar por el sumidero sus 214 diputados.
El escenario ha cambiado
Dicho esto, volvamos a lo mollar. Europa se consolidó, después de la “espantá” británica alrededor del eje Franco-alemán, ojo, cuando la capital, Bon, estaba en la orilla occidental del Rhin, y Berlín era la mitad del “rovell de un huevo frito que era la RDA.
Ese escenario ha cambiado. Empezó a cambiar el 9 de octubre de 1989. 16,1 millones de habitantes pasaron a lastrar e incrementar el peso de la RFA dentro de la UE. De repente un Estado miembro ve multiplicar su peso desde un enfoque poblacional, por otra parte no ajeno a la UE.
Ellos hicieron sus ajustes para absorber el reto de la unificación en época de bonanza económica, y ahora quieren vendernos sus recetas para problema distintos en época distinta. Lo peor que es que el contrapeso de Alemania desde el Tratado de Roma ha renunciado, al menos aparentemente, a su rol.
Francia no reacciona. Que 15 años de gobierno conservador pesan, es un dato. Que la obsesión de Merkel por sus elecciones pesa, también es cierta.
La cuestión es que sin equilibrio franco-alemán, el proyecto de Europa diseñado por Schuman Monet y otros, no se sostiene.
La caída del muro ha roto los equilibrios y es preciso recomponerlos.
Como en Casablanca, sin ellos no hay final feliz.