Sociólogo e historiador y
Profesor Titular del Departament de Sociologia i Antropologia Social de la Universitat de València.
En la Valencia, la conocida como Pasqua de Nadal ha conformado históricamente un ciclo completo comprendido entre el 22 o 23 de diecinueve y el 6 de enero, perfectamente estructurado. Ya entre 1800 y 1936 el ciclo comenzaba con la Nit de Nadal, que incluía la cena familiar y un gran ambiente en las calles, solo interrumpido por las solemnidades de la Missa del Gall, en la medianoche de la Nochebuena. El día 25 se celebraba el Nadal. Después transcurrían tres jornadas festivas dedicadas a las comidas, los paseos, las visitas y las felicitaciones, con asistencia al circo y al teatro, entre ellas el popular segon dia de Nadal (el día 26, fiesta de san Esteban). Días después, el 28 de diciembre, la festividad de los Santos Inocentes hacía salir a los locos de la Beneficiencia vestidos de forma estrafalaria.
El Cap d’Any o fin de año poseía en aquellos tiempos una escasa o nula incidencia, y era mucho más celebrada la víspera de los Reyes de Oriente. Pero en el siglo XIX, la Navidad ya constituía un tiempo de exceso y regalos. Se recurría a la mediación de un referente mítico compartido por toda la Cristiandad: el nacimiento del Niño Dios, o la asociación con personajes imaginarios como los Reyes Magos. Progresivamente se fueron limando los aspectos más grotescos o incómodos de la celebración y se acentuaron los rasgos de celebración familiar o de intimidad doméstica. Con la llegada del siglo XX aparecieron dos novedades destacadas ligadas a regentes ajenos a la tradición católica: el árbol de Navidad, entre 1906 y 1907, y la Cena de Año Nuevo (1911), elementos que acabaron por introducir una mayor complejidad en el ciclo navideño.
Tras la Guerra Civil el ciclo navideño de Valencia no experimentó cambios significativos, aunque sí se apreciara la decadencia del rasgo más carnavalesco del ciclo: los actos y costumbres del día de los Santos Inocentes. Los aires nacionalcatólicos del nuevo régimen provocaron que se subrayaran los aspectos religiosos más doctrinales de las celebraciones navideñas. Debe añadirse que durante la Epifanía o Adoración de los Reyes (6 de enero) tenía lugar la Pascua Militar, acto castrense de pobre arraigo popular pero que pasó a adquirir especiales connotaciones dentro del nuevo Estado resultante de la Victoria de los militares alzados en armas contra la legalidad democrática republicana.
Como complemento de los actos clásicos proliferaron las actividades caritativas y los repartos de alimentos entre los más necesitados, si bien a partir de los años 50 ganaron protagonismo las iluminaciones extraordinarias del centro de la ciudad y la afluencia a los comercios de este. Paralelamente crecía el atractivo de la feria navideña de atracciones, situada primero en la Glorieta y el Pla del Remei, y ya a partir de 1945, en el Paseo de la Alameda, toda ella llena de casetas y atracciones para grandes y pequeños. Debido a las penurias de la postguerra Cena de Uvas o de Nochevieja apenas se celebró durante los primeros años cuarenta, pero poco a poco se fue recuperando, a la par que se ganaba terreno un incipiente consumo popular. A su vez, desde los años 60 comenzó a instalarse un pesebre en la Glorieta, que atraía una gran afluencia de público. En cuanto a la festividad de los Reyes Magos, en 1940 ya se recuperó la cabalgata y el reparto de regalos a los más pequeños. A partir de 1954 se organizó la llegada solemne de los Reyes Magos por mar, en el puerto, desde donde la comitiva se dirigía hacia el Ayuntamiento.
Con el transcurrir de los años y el inicio de cierta sociedad del bienestar, la relevancia de las celebraciones navideñas fue aumentando, masificándose y ligándose a la comercialización creciente y al consumismo que se iba abriendo paso en la sociedad valenciana. Desde entonces la Navidad se configuró como una época de derroche masivo e incremento de los beneficios comerciales, especialmente en los grandes almacenes que empezaron a proliferar en la ciudad a partir de los años 70. De modo que, aunque la vertiente religiosa de la Navidad siguió existiendo, fue poco a poco desplazada por un imparable proceso de secularización que fue transformando el ciclo navideño en un tiempo esencialmente de consumo, ocio y fiesta, como demuestra la popularidad galopante del Sorteo de Lotería de Navidad, el éxito de los programas televisivos navideños o la irrupción de nuevas figuras simbólicas, como Papá Noel o Santa Claus, importadas del mundo nórdico y anglosajón vía grandes industrias culturales, como el cine, por otra parte muy asociadas a los intereses económicos de las florecientes fábricas de juguetes de los territorios del sur valenciano, que abastecían a la mayor parte de hogares españoles.
Con la llegada de la democracia y la consolidación de las clases medias y el estado del bienestar, la Navidad se fue convirtiendo en un fiel termómetro de la capacidad adquisitiva de la gente, pero sobre todo de la creciente economía basada en las tarjetas de crédito, que propiciaron la acentuación del carácter consumista de una fiesta. En los años 90 la Navidad ya se había convertido en una auténtica celebración global, más allá de sus históricas connotaciones religiosas cristianas, pues los aspectos lúdico-festivos se intensificaron, hasta el punto de que hoy en día actos como la carrera nocturna de San Silvestre, que en Valencia tiene lugar la noche del 30 de diciembre, constituye un macroevento de aires carnavalescos y transgresores, cuya popularidad no cesa de crecer, amplificada por el eco de las modernas redes sociales, por no citar la infinidad de propuestas gastronómicas, musicales, teatrales, circenses que convierten la Valencia navideña en un auténtico escaparate de la fiesta urbana contemporánea, a la que se suman las propuestas de las comisiones falleras, asociaciones vecinas y colectivos diversos (canto de villancicos o nadales, verbenas populares, fiestas infantiles…). La combinación de todos estos elementos ha ido propiciando una Navidad más plural y diversa, más secular y comercial, pero también más participativa y creativa. Por todo ello bien se puede afirmar que la Navidad en Valencia es hoy en día una fiesta más viva que nunca, donde caben cada vez más iniciativas y más gente, y eso constituye una muy buena noticia.