Periodista.
Entre callejones, rincones y murallas nuestro aventurero decide descubrir un pasado que actualmente sólo existe en los libros y en aquellos que cuentan sus historias. «La perla del Adriático» decía Lord Byron. Una ciudad cuya fama le precede, y le hace justicia.
Dubrovnik es una urbe habituada a la invasión extranjera, incluso ahora que los turistas invaden Desembarco del Rey, la capital de la famosa serie Juego de Tronos. Evidentemente, el tirón mediático de la serie se nota en el incremento de los precios pues es más cara visitar la ciudad que la capital de Croacia, Zagreb. No obstante, no sólo es un destino necesario para el fan y forofo de la serie sino también para todos aquellos que sepan apreciar la historia y las paradojas de la vida. Empecemos con nuestra narración.
Para conocer la ciudad hay que tener en cuenta que numerosas nacionalidades estuvieron presentes durante el transcurso de su historia pero no fue hasta el siglo XX cuando la ciudad de Ragusa consiguió su denominación oficial actual, Dubrovnik, en 1918.
Es una ciudad costera situada casi al límite de Croacia con Montenegro. De hecho, si nuestro aventurero se dirige en autobús hasta la ciudad desde Split, una población vecina, llegará a pisar incluso Bosnia, debido a la cercanía de la ciudad con ambos países, tanto Bosnia como Montenegro. Entre sus muchos encantos, la población acoge la farmacia más antigua de Europa en funcionamiento. Este pequeño boticario está situado junto al Monasterio de San Francisco. Nada más pasar la muralla e ingresar en la ciudad fortificada, ante la fuente a mano izquierda queda un pequeño callejón; la calle Stradun. Si a nuestro aventurero le puede la curiosidad y decide recorrer esta calle e ingresar en el monasterio, llegará ante la puerta de la citada farmacia.
Este herbolario, abierto en 1317, vendió remedios para hacer frente a algunas de las pestes que arrasaron Europa y medicamentos para aquellos que sufrieron las consecuencias del terremoto de Dubrovnik de 1667. Durante más de seis siglos, se ha encargado de abastecer a los ciudadanos de la antigua Ragusa, actual Dubrovnik, de medicinas que ayudasen a unos a sobreponerse al dolor y a otros a sobreponerse a la muerte.
En la puerta no está la famosa cruz verde luminosa a la que estamos tan habituados hoy en día. Sin embargo, si le precede un modesto letrero. Junto a la entrada al monasterio, descansa un cartel que prohíbe hacer fotos o entrar sin camiseta. Descubrimos que, pese a su valor característico y curioso, no es un lugar turístico. Su intención sigue siendo la misma: vender medicamentos para aquellos cuyo dolor es inevitable o salvar a aquellos otros que todavía están a tiempo de continuar con su vida. El mismo lugar que antaño vendió estas pócimas, hoy vende pastillas del día después. Una paradoja de la vida. Son los tiempos modernos. Qué cosas.