Gil-Manuel Hernàndez i Martí.
Sociòleg i historiador i Professor Titular del Departament de Sociologia i Antropologia Social de la Universitat de València.
Hace ya más de dos semanas que falleció mi padre. Estuvo casi una década con Parkinson y en los últimos tres años su dolencia se agravó tanto que poco a poco fue perdiendo la movilidad, mientras aumentaban las complicaciones de todo signo. El último año lo pasó casi inmovilizado en la cama, pero en casa. Afortunadamente, pese a la enfermedad, tuvo unos excelentes cuidados y pudo pasar lo que le quedaba de tiempo con la mayor calidad posible de vida.
Cuando se hizo evidente que la enfermedad se intensificaría decidimos que antes que seguir con las continuas entradas y salidas del hospital, que lo desorientaban y agotaban, sería mejor que estuviera en casa con los suyos y con una atención hospitalaria a domicilio. Y es ahí donde quisiera agradecer, como también lo agradece toda nuestra familia, los excelentes cuidados y atenciones que nos dispensó la Unidad de Hospitalización a Domicilio del Hospital la Fe de Valencia. Su personal médico y sanitario nos demostró sobradamente que es posible una medicina compasiva, integral y amable, una medicina que no trata sólo síntomas o enfermedades, sino que establece una relación profunda con una persona en su última fase vital y con su entorno, con su familia. Una medicina que se enfrenta al proceso de muerte intentando preparar a los seres queridos para acometer el difícil trance de ver cómo tu padre se va apagando pero, eso sí, con las máximas garantías de no sufrimiento.
Cuando estaba en pleno uso de sus facultades mentales mi padre firmó el testamento vital, ese que asegura morir con dignidad y sin sufrimientos innecesarios. Gracias a esa sabia decisión su proceso de despedida fue mucho menos traumático para él. Los atentos cuidados del equipo médico, que se comportó no sólo con excelente profesionalidad sino con abnegación, hicieron el milagro. Esos cuidados hicieron posible que hasta que la situación fue irreversible mi padre disfrutara de su familia y de su casa. Estuvo consciente hasta que tuvo que ser sedado, y a partir de ahí ya todo fue rápido. Los médicos y enfermeras venían y lo iban acompañando, y nos iban acompañando. Y yo diría que tan importante como las eficaces medicinas que le administraban eran las palabras cariñosas, los gestos cálidos, la información exhaustiva pero dicha con cariño y compasión. A fin de cuentas una medicina humanista se ha de expresar con afecto, con cercanía y con máxima empatía respecto al enfermo y sus familiares. Así lo hemos podido constar en el caso de mi padre, y por ello reitero nuestro más profundo agradecimiento. De hecho, días después de su muerte nos llegó una carta de la Unidad de Hospitalización a Domicilio de La Fe agradeciéndonos nuestro compromiso y la implicación con su trabajo, lo que redundó en beneficio de la muerte digna de mi padre. Todo un gesto que honra a ese equipo médico y nos hace pensar que en este mundo convulso la bondad es todavía un tesoro a nuestro alcance.