Lydia Baltazar
Abogada y Máster en Relaciones Humanas
En unos días en la ciudad de Buenos Aires se realizará una marcha contra el femicidio, con la consigna ‘Ni Una Menos’.
Terrible lo que sucede en estas violentas sociedades nuestras y en estos tiempos en los que, a pesar de lo avanzado en descubrimientos de la ciencia y de la tecnología no podamos dar aún justo valor a la mujer. Nuestras sociedades tan modernas no logran domesticar conductas prosaicas, groseras, violentas, tóxicas que pueden ir desde la subestimación hasta el crimen. Hace unos años, más de setecientas mujeres de bajos recursos fueron asesinadas en Ciudad Juárez, México, sin no ser antes, la gran mayoría, violadas y torturadas. Ante la inoperancia, la negligencia y pasividad de la policía del país y de las instituciones locales y nacionales frente a los hechos se debió acudir ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos para que, por primera vez en la historia, se culpara a un país por tales crímenes.
La mutilación genital femenina o ablación afecta hoy a unas 138/140 millones de mujeres y jovencitas en el mundo y la última y siniestra tendencia es la práctica a niñas cada vez más menores, entre la lactancia y los 15 años. En África hay aproximadamente 92 millones de mujeres y niñas de más de 10 años de edad en quienes esta práctica se ha llevado a cabo.
En varias lugares de este tan maravilloso mundo muchísimas niñas son víctimas hoy de la trata de blanca, otras tantas son drogadas para ser abusadas sexualmente, otras entregadas al mejor postor entre camellos y la gran mayoría manipuladas subliminarmente para convertirse en deseosos objetos frescos, jóvenes y livianos, vulnerablemente erotizados y sumisamente ofrecidos a las miradas del resto.
El femicidio comprende una sucesión de actos violentos que van desde el maltrato emocional, los insultos, la tortura, la violencia física, la prostitución, el acoso sexual, la mutilación genital e incluso la distorsión de la imagen femenina basada sólo en la apariencia física .
En los Estados Unidos por ejemplo, según The MissRepresentation Project, los medios están en poder de los hombres: las mujeres sólo ocupan posiciones de liderazgo en un 5.8% de los canales de televisión y un 6% de las estaciones de radio. En el mismo país sólo un 16% de mujeres son editores, directores, escritores, productores y solo un 7% cinematógrafos. Esto implica que el 80% de lo que se consume a través de esos medios proviene de una perspectiva masculina. Esto no implica que necesariamente esta percepción sea errónea , pero en tal alto porcentaje de dominio queda claro que, en general, la mirada sobre la mujer está digitada por los hombres. En sistemas de alta participación democrática, vemos entonces que más de 3/4 de la población femenina no es responsable de la gestación de imagen de mujer proyectada a la sociedad. Y descontada está la ridicularización permanente que reciben mujeres exitosas en el ámbito sobretodo de la política en comparación con la que padecen los hombres en similares estratos de poder.
En culturas extremadamente machistas enraizadas con el islamismo, la mujer está criada para ser devota obediente de su esposo quien hasta puede golpearla, eso sí siguiendo algunas reglas como la de no dejarle moretones, si necesita ajustar algún comportamiento. También ha llegado a ser apedreada por adúltera.
Pero volvamos a nuestro querido occidente.
La prensa y los medios forman conciencia. Aproximadamente cualquier joven de países desarrollados consume unas 10 horas de captación mediática por día.
Esta influencia va formando lentamente saber, va moldeando en el aprendizaje de los jóvenes una imagen que en el caso de la mujer se encuentra en constante trivialización. El poder está masculinizado a través de la publicidad, de los medios, de los ritos, de muchas tradiciones y de infinitas acciones cotidianas que confirman este sometimiento. Justo es reconocer que en los últimos diez años la imagen masculina también está padeciendo esta manipulación de objeto aunque jamás en la misma proporción que afecta a la mujer.
La mujer es tomada como cosa, su imagen erotizada y bella se usa para vender cualquier cosa desde automóviles hasta cervezas. La cosificación de la mujer en manos de la prensa afecta a la formación del pensamiento y de los valores. Los medios nos presentan a una mujer fotoshopeada que debe alcanzar un ideal fresco, joven, extremadamente delgado, bello, vulnerable, sumiso. La imagen no es real. Estos estereotipos visuales son imposibles de alcanzar pero afectan irremediablemente a la mayoría de nuestras niñas y mujeres que pretender lograr ese icono , sometiéndose, en muchos casos, a carreras emocionales y físicas hacia lo imposible y que generan en muchas de ellas depresiones, baja estima y en altos porcentajes, desordenes de alimentación y riesgos quirúrgicos. Y así, calladamente, se va normalizando una actitud que la cosifica convirtiéndose éste en el primer paso de la opresión, la desigualdad, el abuso pudiéndose llegar hasta la violencia.
Es muy poco probable que encontremos avisos donde el intelecto de la mujer sea valorizado, apreciado. Esto se encuentra entrelazado en la misma trama socio cultural y económico que propicia esta desigualdad. La imagen se cosifica, el ser pasa a ser mirado como objeto y siguiendo este patrón cognitivo, un objeto puede ser desvalorizado, maltratado, aprovechado ya que no tiene la misma entidad de la que goza el otro sexo. Esto respecto de la apariencia física pero en su conducta la mujer es también juzgada con inequidad permanentemente. El hombre que se acuesta con muchas mujeres es un ganador, la mujer, una zorra.
El valor de nuestras niñas depende del valor de cómo lucen y cómo se comporten. Los varones entenderán que las más atractivas serán las más deseadas. No importa su capacidad intelectual, su motivación espiritual, su inquietud académica o profesional la mujer será considerada principalmente por el modo en el que se muestra físicamente.
La mujer no quiere esto, el hombre inteligente tampoco.
La marcha debería ser sobre mucho más.