Rafael Solaz, compila en ‘Valencia Canalla’ un riguroso y documentado estudio sobre el delito en la ciudad
El Péndulo | José A. Garzón.- Rafael Solaz Albert, prolífico autor, investigador y cronista de facto de nuestra ciudad, pero sobre todo, la suya, acaba de publicar ‘Valencia Canalla’ (con este título, se presenta en sociedad el prometedor sello editorial valenciano Samaruc), un complejo y erudito estudio sobre la Valencia menos recomendable, pero igualmente existente, real. En este nuevo trabajo los protagonistas son ladrones, carteristas, falsificadores, tramposos jugadores, trileros, promotores de apuestas ilegales. Es otra Valencia, sin duda, de la que tampoco reniega, rescatándola, el autor.
Nuestra primera parada es en el propio título de la obra. Solaz que ha puesto de moda la intitulación de toda una legión de obras que recientemente han florecido sobre la historia, tradiciones y costumbres de la ciudad, cuyos títulos empiezan por el determinante “La”’ — recordemos sus obras: La Valencia prohibida, La Valencia del Más Allá, La Valencia rescatada—, ha eliminado aquí el artículo. ¿Es casual esta desaparición? No lo creemos. Solaz no elige, selecciona, en este caso, una parte de la historia o de la vida de la ciudad para el dilecta. No, aquí nos presenta, en documentado estudio diacrónico, la historia del delito en Valencia a lo largo de los últimos 8 siglos. Su propuesta llega hasta nuestros días, y comprobamos que Valencia sigue siendo canalla.
La obra se articula a través de tres grandes capítulos, parcelas donde el delito anida: Carteristas, chorizos y rateros; Comercio clandestino, ilegal y marginal; y Juegos prohibidos y apuestas ideales. Solaz traza en cada una de ellas una línea temporal independiente, que alcanza a nuestros días.
Es también un recorrido por la legislación valenciana en torno al delito, con la figura histórica del Justicia Criminal, la aparición de las primeras cárceles en la ciudad (Sant Narcís, puerta de los Serranos), la dureza y atrocidad de las penas (como a un fadrí del loch de Xirivella, al que se le clava la mano de forma pública en la plaça de la Seu el 12 de enero de 1623), que evidencia que los castigos seguían siendo muy duros en los siglos XVII y XVIII, y que podría simbolizar se con la horca ubicada en el Mercado.
El recorrido que realizamos de la mano de Solaz nos permite ver el nacimiento de los serenos en 1770, o la terrible policía creada por el general Elío, conocida como la Ronda del Butoni. Especialmente relevante es todo el catálogo de delincuentes relacionados por Solaz, locales o foráneos, como el famoso Luis Candelas que nos visita en 1835. Aquí juega al billar, acude a los toros, y deja su impronta robando al mismísimo alcalde de la ciudad, de acuerdo con el relato de Solaz.
Ya en el siglo XX celebérrimos carteristas delinquen en Valencia, como El Blanquet, El Domenech, El Soro o el famosos Viditas.
También nos ofrece Solaz una visión completa de los delitos vinculados a la actividad comercial, tan boyante en Valencia especialmente desde los siglos XV y XVI, así como la cambiante legislación, que intentaba adaptarse a los nuevos tiempos. En torno al comercio clandestino surgen figuras típicas de la picaresca: mendigos, falsificadores de productos y monedas , charlatanes, cuyas incansables voces parecen oírse todavía en el relato de Solaz.
‘Valencia Canalla’ nos da importante información sobre la temprana legislación valenciana sobre el juego, que arranca desde el siglo XIII. Algunos juegos como los dados eran considerados nefastos por el propio San Vicente Ferrer. También generó muchas disputas, y afición, el juego de naipes, que se había introducido en la ciudad en la segunda mitad del siglo XIV.
Valencia tendrá en los siglos XV y XVI un papel crucial en dos juegos muy importantes, que se novaron, en el caso del ajedrez, o crearon, en lo concerniente al juego de damas, llamado aquí marro de punta; son juegos que nunca fueron prohibidos.
Es curioso que a menudo el ajedrez se haya confundido con el ludus latrunculorum de los romanos, literalmente, juego de los ladrones.
Sobre la licitud de unos juegos y la prohibición de otros, nos recuerda Solaz, que estaban clasificados en tres grupos a finales del XIX: juegos prohibidos en los que la ganancia depende del azar (ruleta, monte, siete y medio, etc.); juegos lícitos, basados en la destreza y cálculo del jugador (ajedrez, pelota, billar, dominó, etc.) y mixtos (combinado las dos categorías).
Vemos que entre los juegos lícitos está la popular pelota, siempre que no mediara apuesta de por medio, ‘Valencia Canalla’ nos ofrece un interesante estudio de la práctica del juego en Valencia, la aparición de los trinquetes, jugadores legendarios, etc. En las dos últimas centurias fueron muy populares en la ciudad las partidas de cartas y de billar, que las apuestas remitían a la clandestinidad, especialmente en el caso de las peleas de gallos. Entre los criaderos de gallos destacó el de La Casita Blanca de Paterna.
La obra concluye con un utilísimo “Vocabulario básico del maleante”, que, de forma preventiva, nos convendría a asimilar a todos, pues esa ‘Valencia Canalla’, según testimonia Solaz, todavía existe, y se reinventa, con el mismo ingenio e imaginación con el que late (la) Valencia del siglo XXI.