Profesor de Literatura.
Lo reconozco. El suplemento religioso semanal del más antiguo periódico católico español ejerce una irresistible fascinación en mí. Es rara la semana que no lo busco en mi lugar de trabajo para deleitarme con sus armónicas portadas y espigar en sus artículos, especialmente en sus inspirados titulares, ya que su prosa florida es recomendable consumirla en pequeñas dosis. Por ejemplo, no pude dejar de conmoverme ante este delicado ejemplo de postcolonialismo patrio: “San Martín de Porres: su rostro revela la humildad y caridad del santo mulato”[1].
Esta semana en su portada apelaba al “prietas las filas” de un himno que no creo que les resulte ajeno: “Todos con la concertada”, dicen con contundencia bajo la foto de unos monísimos niños, todos con uniforme (rojo, vaya por Dios, tendrán que hacer mucha penitencia en ese colegio por la elección del color), todos aplicadísimos, mientras uno de ellos levanta la mano para preguntarle algo a una profesora rubia que se entrevé entre las cabecitas adorables de estos querubincitos viviendo el paraíso terrenal de la concertada mientras reciben una sólida formación como Dios manda[2].
El editorial nos ofrece afirmaciones impagables. Porque esa es otra cosa que me pasa habitualmente. Tomo el ejemplar animus iocandi (en la lengua sagrada os lo digo), pero siempre acabo enfadándome en serio. Por ejemplo, cuando leo afirmaciones como esta: “Escuelas Católicas ha puesto en valor su historia de siglos de servicio a los españoles, sobre todo a los más desfavorecidos, y ha recordado el derecho constitucional de los padres a elegir el tipo de educación que quieren para sus hijos”…
Es verdad que ha habido escuelas religiosas y profesores en ellas que de verdad han apostado -a veces en solitario y contra la jerarquía, por cierto- por valores igualitarios y se han comprometido con la causa de la justicia social. Pero me temo que Solentiname no es la norma. Y todos sabemos cómo acabó. Por eso hay que tener valor y una memoria muy selectiva para afirmar tranquilamente la primera parte de la sentencia, después de siglos formando a las élites de este país y de otros. ¿A que cualquier lector sería capaz de nombrar de carrerilla los cinco o seis colegios más pijos y tradicionales de esta ciudad? ¿Y a que todos ellos son religiosos de las órdenes religiosas más chachis que hay?
Yo mismo estudié en un colegio religioso, creo que ya os lo he dicho en alguna ocasión, aunque de extrarradio. Cuando yo estudiaba era totalmente privado. Ahora es un colegio concertado. Alguna vez he contado con qué emoción recordaba el aniversario de la muerte de Franco cierto profesor de religión. Por eso he reconocido en la foto de esta portada un colegio de la misma orden. Supongo que de Madrid, que el venerando periódico no va a tener fotos de archivo de provincias, pero enseguida he distinguido en el retrato que se ve en la pared, sobre la pizarra, al fondo de la foto, al “siervo fiel del señor, ilustre campeón de la sana verdad” al que le cantábamos el himno en fechas señaladas. Por eso, porque los conozco, recuerdo bien la estatua que preside la sala de visitas del colegio. Alguien me desentrañó un día su significado. He visto parecidas representaciones en otras ciudades: el santo con el niño pobre y con el niño rico. Al rico le da instrucción, mostrándole un libro abierto. Al pobre, le da cobijo. Caridad a los desfavorecidos, sí, no se vayan a revolver. Pero la instrucción es para los ricos. Curiosamente, Michel Foucault en Vigilar y castigar habla también de las doctrinas educativas del campeón de la sana verdad. Recomiendo su lectura.
En fin, que cuando dicen “todos con la concertada” como quien dice “todos contra el fuego” con voz de Serrat o “totus tuus” con voz de peregrino, no sé a quién abarca ese “todos” porque a mí me pueden ir descontando. Si hay padres que quieren que sus hijos vayan a colegios confesionales, que les eduquen en la sana verdad (en 1986 incluía la memoria emocionada de Franco, me pregunto qué incluye exactamente ahora esa sana verdad, aunque la caridad cristiana exhibida por nuestro cardenal arzobispo constituye una buena pista) me parece estupendo, no seré yo quien esté en contra de su derecho. Como si quieren ir a Eurodisney después. Pero la escuela pública de un estado aconfesional debe ser laica. Es obvio y evidente. Y universal. Y de calidad. Y con la posibilidad de estudiar en valenciano. Y sin crucifijos en el aula, ni verdades reveladas que incluyan la homofobia, el sexismo, el clasismo y la sospecha hacia el diferente. Y no creo que haya muchas más vueltas que darle.
Porque además una educación pública de calidad es lo único que garantiza la verdadera igualdad de oportunidades, también para los “más desfavorecidos” a los que el apóstol ejemplar devenido estatua y emblema cubría con su capa sin enseñarles ni una letra. Los colegios concertados que colonizan el sistema público en este triste estado aconfesional además ya se han cuidado hasta ahora de operar una selección adecuada de sus estudiantes mediante diversas añagazas y trapacerías para acabar colaborando en la conversión de los colegios públicos en el fondo del saco del cual sea imposible salir. No creo que se explique de otra manera, por ejemplo, que pudiéramos leer en septiembre de 2014 que la escuela concertada solo matriculaba al 10% de los alumnos inmigrantes[3].
Y en cuanto a la libertad religiosa defendida por la iglesia católica, qué queréis que os diga. En Valencia hemos podido comprobar recientemente como para la santa madre libertad religiosa significa el mantenimiento de sus privilegios. Despojar de signos religiosos una dependencia municipal para uso de personas en momentos muy difíciles, respetando el derecho de que quien los desee los pueda demandar, es decir exactamente lo que ha sucedido con el tanatorio y el crematorio del Cementerio Municipal, ha sido calificado por los voceros de la iglesia como un ataque a la libertad religiosa. Pues no. Me temo que eso es precisamente la libertad religiosa: libertad para el creyente, pero también para el que no lo es. Y en igualdad de condiciones. Así de sencillo.
Por eso es necesaria una educación pública de calidad y laica. Precisamente por eso. Y con su clase optativa de religión (o religiones), por supuesto, para quien la desee. Pero que un estado laico ceda grandes espacios y recursos de la educación pública a escuelas confesionales, o lo que es lo mismo, que le subvencione a una iglesia sus colegios, eso no es libertad religiosa, sino otorgar y sostener privilegios, entregar a la santa madre iglesia la educación de nuestros hijos. Y eso bordea el límite con la confesionalidad de hecho del estado. Porque convierte en confesional una parte importante del sistema público de enseñanza.
Libertad religiosa, por supuesto que sí: libertad de pensamiento, como decían los clásicos. Pero de verdad. Y para todos.
Enlaces a las acotaciones:
[1] http://www.alfayomega.es/35684/san-martin-de-porres-su-rostro-revela-la-humildad-y-caridad-del-santo-mulato
[2] http://www.alfayomega.es/documentos/anteriores/950_05-XI-2015.pdf
[3] http://www.elmundo.es/comunidad-valenciana/2014/09/16/54173cf4ca4741a4758b456c.html