Sociólogo e historiador y Profesor Titular del Departament de Sociologia i Antropologia Social de la Universitat de València.
Ya están aquí, como un año más, porque son de todos, no de unos pocos, porque se crearon para poder satirizar, sin nada que temer, y aparecieron a media noche en la oscuridad de los barrios viejos para soltar las cuerdas que aprisionan con tabúes, censuras y prejuicios la vida del pueblo que trabaja y anhela su propia y lejana utopía.
Ya están llegando, con ese estruendo de fondo que trama algo sin que se sepa bien qué es, aunque promete la posibilidad de otros tiempos, de otras horas, de otras formas de hacer, sentir y ser. Ya vienen, oliendo a azahar, a pólvora lúbrica y a amanecer, dispuestas a filtrarse entre nosotros, como solo la primavera más lasciva puede hacerlo, acometiendo a un tiempo con suavidad y bravura, despertándonos de ese maldito sopor de siglos que nos sigue empujando a aceptar lo que otros, los amos del cortijo, desean; agitándonos para ser quien siempre quisimos ser; arrastrándonos al límite de lo posible para no traicionarnos una vez más con las migajas de lo conveniente.
Se intuyen en el horizonte de esa ciudad deshumanizada cortada por el patrón global de la marca y la competencia sin freno. Se materializan cada día un poco más entre tanta calle sin memoria, entre tanto áspero asfalto sometido a mil normas, reglamentaciones y muchedumbres homologadas. Se esconden y vuelven a emerger, renuentes a aceptar las ordenanzas de la civilización gris que todo lo cosifica, cuantifica y mide. Libres para hacerse oír, desafiando a esa clandestinidad que el orden le impone a lo auténtico.
Se oyen ya sus estampidos, sus truenos y voces, que llegan de un profundo rincón que se esconde en cada húmedo callejón de la ciudad medieval, que es donde siempre brotaron los fuegos insidiosos de la revuelta. De allí emerge la noche alocada que todo lo cambia, la noche candente que trae mezclada la arena, la hierba, la piedra y el rescoldo, la nocturna tempestad que sacude el pasado para enviarnos los agitados duendes que portan el fuego del alba definitiva, esa de donde se levanta, como una niebla de aguardiente, el excitante olor a huerta, a acequia y a río. Ya se acercan, sigilosas y tremendas, esas estampidas de carnaval tardío, que todo lo cubren, que todo lo queman, que todo lo renuevan. Las fallas.