José Antonio Palao.
Profesor del Departamento de Ciencias de la Comunicación de la Universitat Jaume I de Castelló.
Como en la primera de las entregas de la serie, vuelvo al estilo aforístico, recopilando algunas cosas que he compartido en redes sociales.
Sobre Democracia y Populismo, lecciones del exterior.
I
En una democracia formal parlamentaria de mercado, un pueblo no habla a través de las elecciones. En todo caso, el electorado asume la representación de la sociedad civil y legitima a los que van a hablar en su nombre durante los próximos años. Las elecciones son vitales para una democracia. Pero, en una sociedad capitalista, son insuficientes para eso que se llama empoderar al pueblo. Igual de tramposo es pretender constituir a un pueblo sin sufragio universal, que pretender que el sufragio universal constituye por sí mismo al pueblo y que el pueblo, como concepto y como sujeto, se constituye por su identificación a esa mayoría. Lo social es mucho más complejo y el sujeto popular no es nunca auto-transparente.
No paro de oír a analistas de derechas congratulándose porque Maduro y Fernández han perdido las elecciones en sus respectivos países. Elecciones, por cierto, a las que nominalmente no se presentaban. Pese a que no tengo ninguna simpatía especial por ninguno de ambos, el argumentario neoliberal me exaspera. Como han perdido las elecciones, el pueblo ha hablado y los ha despreciado, se ha “desidentificado” de ellos. Con Venezuela, se llega al máximo del patetismo cuando se dice “el régimen ha perdido las elecciones” Señores, los regímenes nunca pierden las elecciones precisamente porque no las convocan. Cualquier españolito de más de cuarenta años les podría explicar esto por memoria. Y cualquier persona decente, por lógica. En Venezuela ha perdido un pésimo gobierno en un régimen formalmente democrático. Punto. (10 de diciembre)
II
Ahora bien, el populismo debería de tomar nota. De Argentina, de Venezuela o de Grecia. Porque vender que haber ganado unas elecciones supone una conquista popular, porque un determinado líder o formación se arrogue la representación del pueblo, es al fin y al cabo una estafa política y conceptual. En unas elecciones decide el electorado, no el pueblo. Y que empíricamente decidamos que ambos son “las mismas personas (?)” no implica que subjetiva ni conceptualmente sean lo mismo. Un electorado pacta con el poder cuál va a ser el semblante del amo durante una legislatura, y se puede hacer las ilusiones que quiera sobre lo receptivo que será ese agente a sus demandas. A través de él puede conseguir mejoras y algunas prerrogativas, pero jamás una “conquista”. El Estado del Bienestar europeo fue la mejor prueba de que la sociedad tuvo unas mejoras concedidas por el amo, pero no había conquistado nada. Las mejoras liberal-parlamentarias, articuladas por la escucha de las demandas democráticas, no son una conquista. Si no se aspira más que a ganar unas elecciones, es decir, a apropiarse de la apariencia pública del poder durante un tiempo, el caminito es corto. Si el chavismo o el kirchnerismo han conseguido una victoria popular, es decir, logros irreversibles para un semblante del poder “alternante”, se verá cuando no gobiernen. Creo yo.
El acto de votar
I
Votar es un acto impuro. Por eso mismo, no hay que absolutizarlo ni demonizarlo. Y por eso también, basar toda la actividad política en la búsqueda del voto es una actitud bastarda. Acepto el mestizaje, pero no la podredumbre moral. Al fin, votar es un acto de delegación que no exige grandes responsabilidades, ni da un gran poder, ni supone vender el alma. Se vota por estrategia, se vota en la tesitura del dilema del prisionero. No voy a intentar convencer a nadie de que vote por algo ni de lo contrario. Se me notará por dónde voy porque suelo ser más severo con aquellos a los que me siento más proclive a votar y por eso les critico. No les voy a hacer ni una sola crítica al PP, al Psoe o a Ciudadanos. Contra PP y Ciudadanos, se me leerá descalificación o sarcasmo. Contra el Psoe, ni eso. Ahora, eso sí. Echarme unas risas, si puedo lo haré con todos y a costa de todos. Solemnizar lo electoral, en un entorno de mercado, me parece blasfemo. La lástima que sentimos muchos es que se ha perdido una oportunidad de hacer de lo político vida. Espero que no sea la última para perpetrar con dignidad tal acto dionisíaco. (8 de diciembre)
II.
La tranquilidad de conciencia no es una buena consejera en política. Es otro dogma kantiano y protestante que se nos ha colado en el sentido común. En lo colectivo yo no puedo dejar de ocuparme del mal sólo por no haberlo causado ni contribuido a él. Hay que mancharse las manos para poder limpiar la podredumbre. No es suficiente con ser justo, lo siento por Kant y por Sócrates. Si hablamos de política lo que debe ser justo es el mundo. Y la conciencia, y menos su tranquilidad, ha demostrado no ser un buen canal de conexión con él, como han puesto de manifiesto todos los fracasos del marxismo ortodoxo. Es la gran crítica que le hace Laclau (la espera eterna de lo puro) y con la que coincido plenamente. Lo que les puedo criticar a los hegemono-populistas es que hayan confundido la opción por lo impuro con la opción por lo canalla. Una cosa es no asustarse de la mierda, incluso ser comprensivo con ella, y otra cosa es gozar de ella, dejarse embrutecer por el superyó del éxito y del poder. Por el “juego de tronos”, vaya, como si ese juego fuera la esencia de lo político y no simplemente el encallamiento a sortear de la política. Como decía Jacques Lacan, “los canallas se vuelven necios”. Nos hace falta una ética más allá de la intención y de la culpa. Una ética del coraje y la responsabilidad. (8 de diciembre)
III
Mi ideal humano de lo representaría un/a militante con sentido del humor. Mi idea del infierno, un mundo lleno de votantes solemnes #20D (8 de diciembre)
Sobre el debate de Atresmedia: apunte previo.
Sólo como apunte. Que se esté retransmitiendo el debate y una programación ad hoc, tanto por Antena 3 como por La Sexta es revelador del tipo de espectáculo, de infoentretenimiento, en que se ha convertido la política. Cuando se retransmite un clásico no hay un canal para el Barça y otro para el Madrid. Pero aquí sí: un canal para la derecha y otro para la izquierda. Quiere ello decir, que el fútbol por muchas pasiones que levante, permite una cierta neutralidad del dispositivo (un locutor que no va con ninguno de los dos equipos), mientras que el espectáculo político exige como atributo de marketing el antagonismo visceral, el semblante de pluralismo. Pluralismo que en España ha sido privatizado como tantos “servicios públicos”, porque las televisiones públicas son tendenciosas y partidistas y es algo que, aunque con sarcasmos y protestas, todo el mundo acepta. El caso es que así se permite que en el pre y en el post-debate todo el mundo se sienta servido con su “comunidad de goce”, sea de derechas o de izquierdas. Me hacen gracia los que llevan un año diciendo que han superado la división derecha-izquierda y que han fundado una nueva política sobre el antagonismo. Puro simulacro, puro márketing mediático. Adoptar los modos de los canallas no te hace menos tonto. (7 de diciembre)
Ciudadanos
“Ciudadanos quiere que la nueva RTVV emita en inglés y castellano un tercio de los programas”, dice la prensa. Y que los profesores no sean funcionarios. Y, en breve, querrán privatizar también a la policía y al Ejército. Son más peligrosos, bastante más, que el PP. (10 de diciembre)
Os dejo las tres columnas que he escrito sobre ellos en los últimos meses. Mucho más no puedo hacer.
Todo lo que odio de Podemos.
Añorando a Lizondo, abominando de Punset.
El totalitarismo frío.