Julia García Muñoz.
Arquitecta.
Para los niños pertenecientes a la generación X, la vida era un poco más sencilla y natural. Podíamos crear nuestra propia manera de divertirnos. Jugábamos con muñecas y pistolas de juguete, construíamos cabañas de verano, y salíamos a la calle a montar en bicicleta, jugar al fútbol o saltar a la comba… Pero ya por esos tiempos, empezábamos a quedarnos embobados ante la limitada programación televisiva, los primeros ordenadores personales y aquellas primitivas consolas de videojuegos. Nos enamoraron de tal manera, que lo de salir a comer pipas con los amigos a un banco en la calle empezó a no ser lo mismo. Si no eras el privilegiado dueño de una consola ATARI o tenías acceso al Commodore 64 de un amigo siempre quedaba el consuelo de acudir a salones recreativos y jugar partidas a 25 pesetas, lo que no dejaba de ser una ruina para nuestros esquilmados bolsillos juveniles.
Ahora se critica duramente a las familias en las que, con la complicidad de los padres, los niños parecen estar literalmente pegados a sus dispositivos digitales. Los más pequeños suelen cenar visionando YouTube Kids y los adolescentes dan prioridad a atender sus redes sociales sea cual sea la actividad que en ese momento estén desarrollando.
Se dice que la tecnología de la comunicación y el entretenimiento en Internet (redes sociales, televisión a la carta, YouTube, videojuegos…) está fracturando poco a poco los valores fundamentales de la infancia y que obstaculiza las relaciones personales y el desarrollo motor, sensorial y creativo de los más pequeños.
Pero ellos no son diferentes a nosotros a su edad. Lo que ha cambiado es que entonces no contábamos con los medios actuales, pero la ilusión y la curiosidad por lo tecnológico era exactamente la misma.
¿El uso constante de la tecnología es negativo? ¿Y si, por el contrario, fuera una condición necesaria para poder enfrentarse a los nuevos retos que les depara su futuro?
Según un estudio, realizado en más de una veintena de países y coordinado por la Comisión Europea, las tabletas y la televisión son los dispositivos digitales favoritos de los niños. “No es muy útil que los padres controlen el acceso a la tecnología por parte de sus hijos”, comenta la investigadora de la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB) Cristina Aliagas, y añade que vetar la conectividad del niño a internet y el tiempo que dedica a esta actividad es “antiproductivo”.
Evidentemente deben existir unos límites, pero aceptando que el ser humano debe adaptarse generación tras generación al uso de dispositivos digitales y a educar su cerebro a aceptar lo nuevo, tecnológicamente hablando, no como algo extraordinario sino como un paso más en la cadena de adaptación a las condiciones cambiantes de la vida.
Porque, dentro de unas pocas décadas, gran parte de los puestos de trabajo que hoy en día conocemos se habrán extinguido y tan sólo perdurarán aquellos que estén relacionados con el conocimiento tecnológico. Según Thomas Frey de Da Vinci Institute “Para el año 2030, más de 2.000 millones de puestos de trabajo actuales habrán desaparecido” y según la experta en educación Cathy Davidson, el 65 por ciento de los niños de hoy trabajarán en algo que no se ha inventado todavía.
Del mismo modo que hace 40 años nadie imaginaba profesiones como community manager, desarrollador de apps, diseñador de exoesqueletos mecánicos, entrenador personal, bloguero o personal shopper, ahora sabemos que la lista de trabajos del futuro tendrá mucho que ver con las capacidades y conocimientos científico tecnológicos.
En estos momentos, no hay escuelas o universidades que puedan preparar ya a los profesionales de ese futuro basado en internet, la robótica y la realidad virtual, pero está claro que los centros deberán adaptarse con facilidad a los cambios que están llegando y a ser mucho más flexibles ante la transformación tecnológica.
Las difíciles carreras especializadas de hoy, de cuatro años o más, ya no tendrán sentido porque durante ese tiempo la demanda profesional cambiará y las expectativas de empleo de esos profesionales basadas en esos estudios desaparecerán. Por contra, la programación básica de modernos aparatos, la creación de prototipos, el desarrollo de habilidades especiales para el manejo de redes y otras que aún están por definirse, serán las que se conviertan en asignaturas troncales.
Por eso, dejemos que los niños desarrollen gusto por la tecnología, lo nuevo y lo científico. Están adaptando su potencial humano y de su éxito puede que dependamos todos nosotros no dentro de mucho tiempo.